Un maestro zen señaló
lacónicamente a un estudiante que llevaba cierto tiempo hablando acerca de
teoría zen: Tienes demasiado zen. Pero ¿no es natural que un estudiante zen
hable de zen? Preguntó el estudiante,
perplejo. ¿Por qué odia hablar de zen?
Porque replicó llanamente el maestro, ¡se me revuelve el estómago! “Ni
palabra”, dice Bodhidharma, el fundador del zen, porque con las palabras
empieza el mundo. Eso es exactamente lo que afirma la Biblia: “En el principio
fue el Verbo”. Y al final también está
el Verbo.
En el momento en que penetras en
el mundo de las palabras empiezas a desviarte de lo que es. Cuanto más profundizas en el lenguaje, más te
alejas de la existencia. El lenguaje es
una gran falsificación. No es un puente,
no es una comunicación, sino una barrera. Dice Bodhidharma: “Ni palabra”. Si tu mente no crea palabra alguna, en ese
silencio está Dios, o la Verdad, o el nirvana.
En el momento en que aparecen las palabras, dejas de estar en tu propio
ser. Te has alejado. La palabra te arrastra a un viaje que te
aleja de ti mismo. De hecho, en realidad, no puedes alejarte de ti mismo, pero
puedes soñar con ello. De hecho, siempre
estás ahí, y sólo puedes estar ahí, y en ningún otro sitio, pero no obstante,
te duermes y puedes soñar mil y un sueños.
Permite que te vuelva a contar
una de las historias más bellas jamás inventadas, la de la caída de Adán. Dice la historia que Dios le prohibió a Adán
comer del Árbol del Conocimiento. El zen estaría perfectamente de acuerdo,
porque es el conocimiento lo que te hace estúpido, es el conocimiento el que no
te deja saber. Adán era capaz de saber
antes de comer el fruto del Árbol del Conocimiento. En el momento en que comió
conocimiento, en el momento en que se transformó en conocedor, dejó de
saber. Perdió la inocencia y se tornó
astuto y listo. Pero perdió la inteligencia. Sí, empezó a aumentar su intelecto, pero la
inteligencia desapareció. El intelecto no tiene nada que ver con la
inteligencia; es justo lo contrario, lo opuesto. Cuanto más intelectual eres, menos
inteligente acabas siendo.
El intelecto es un sustituto para
ocultar tu inteligencia, así que la sustituyes mediante el intelecto. Resulta más barato, claro. Lo puedes adquirir en cualquier parte, hay en
todos los sitios. De hecho, la gente
está siempre dispuesta a impartirte su conocimiento. Están listos a echar su basura encima de ti. Adán
se tornó conocedor; por eso cayó. Así
pues, el conocimiento es la caída. La historia dice que comió una manzana, un
fruto, del Árbol del Conocimiento. No
podía ser una manzana. Las manzanas no crecen en el Árbol del
Conocimiento. Esta historia ha perdido
el hilo en alguna parte. Las manzanas son inocentes, y no te echan del cielo
sólo porque te comas una; no te pueden expulsar. Dios no puede enfadarse tanto contigo.
No, no puede tratarse de una
manzana; la manzana es sólo una metáfora.
Seguro que es “el Verbo”, la palabra, el lenguaje. En el Árbol del Conocimiento, los frutos son
palabras, conceptos, filosofías, sistemas, pero no manzanas. Olvídate de la manzana. Recuerda la palabra. Y a continuación la
serpiente fue la primera maestra de la humanidad, el primer sistema
educativo. Esa serpiente es el primer
demagogo, el primer académico. Enseñó el
truco del conocimiento: convenció a Eva para que comiese. No podía persuadir a Adán directamente. ¿Por
qué no? ¿Por qué tenía que convencer
primero a Eva? Eva es más
vulnerable. Las mujeres siempre son más
vulnerables, más abiertas, más blandas.
Cualquiera puede llevarlas a cualquier parte.
Sin más sugestionables, pueden
ser hipnotizadas con más facilitad que los hombres. Así que la serpiente persuadió a la
mujer. La serpiente no sólo fue el
primer académico, sino también el primer vendedor. Y lo hizo ciertamente bien. Y no estaba
equivocado, pues tenía razón en todo lo que dijo: “Te convertirás en un
conocedor, sabrás qué es qué. Sin comer
este fruto nunca sabrás qué es cada cosa”. Existe un tipo de conocimiento
totalmente distinto, en el que sabes y no obstante no sabes qué es qué. Se trata de un tipo de conocimiento muy
difuso. No categoriza, no divide, es no
analítico. Adán debía vivir en esa
inocencia no analítica. La ciencia no
era posible; la religión se derramaba sobre todo. Adán debe haber sido un místico antes de
comer del Árbol del Conocimiento, igual que todos los niños.
Todo niño es un místico cuando
nace, y luego le arrastramos hacia la escuela, la educación y la
serpiente. La serpiente es la
civilización, la cultura, el condicionamiento. Y la serpiente es un animal tan
artero que la metáfora parece perfecta.
Un animal tan retorcido, tan resbaladizo… igual que la lógica. No puedes saber hacia dónde se dirige, y lo
hace sin patas; no tiene patas para desplazarse. Pero va muy deprisa. Es exactamente como la falsedad. Tampoco tiene patas; por eso la falsedad
siempre tuvo que utilizar las patas de la verdad. Por eso cada frase falsa se esfuerza
intentando demostrar que es verdad. Esas son las patas prestadas.
La serpiente el primer profesor,
el primer académico convenció a Eva, y Eva, claro está, pudo convencer a Adán
con facilidad. La mujer siempre ha
tenido mucho poder sobre el hombre. Todo lo que el hombre piense es irrelevante,
a pesar de lo que pretenda. El hombre va
por ahí pretendiendo que es más poderoso, pero no son más que tonterías. Y la mujer permite que el hombre se lo crea…
Vale, está bien, que se lo crea; eso no cambiará la situación. La mujer ha
seguido siendo poderosa, y existe una razón para ello… Lo femenino es más fuerte que lo masculino,
lo blando es más fuerte que lo duro, el agua lo es más que la roca. Puedes
preguntárselo a Lao-Tzu, que es un hombre de conocimiento pero sabe. Y lo que dice es que si quieres ser
infinitamente poderoso, deberás convertirte en femenino.
Tórnate pasivo. Lo pasivo siempre
es más poderoso, más fértil que lo activo, por eso el hombre no queda
embarazado. Es un erial. La mujer tiene
la capacidad de quedarse preñada. Es
potencial. Lleva vida en ella; puede
contener la vida. Y puede contener
muchas vidas. Así que Adán cae en la trampa y se interesa por la cuestión. Debió haber pensado que si se volvía más
conocedor también sería más activo, y sabría más. Dijo: “Si coméis seréis como dioses, seréis
poderosos como dioses. Por eso Dios os
prohibió comer. Tiene miedo. Está celoso”. Todos los hijos piensan lo
mismo, que su padre está celoso, que les teme, que no quiere que lleguen a ser
poderosos como él, para que tener siempre el control. La parábola bíblica es genial. Qué reveladora.
Adán se hallaba en un estado de
saber, y luego se tornó conocedor.
Desapareció la religión y nació la ciencia. La ciencia… la palabra ciencia quiere decir exactamente conocimiento. Esas
frutas eran los frutos de la ciencia.
Perdió su inocencia y se volvió artero. Eso es lo que ocurre cada vez
que nace un niño. Todos los niños nacen en el jardín de Dios el jardín del
Edén, y cada uno de ellos es persuadido por la serpiente de la civilización, la
cultura y la educación. Cada niño es
condicionado, arrastrado y manipulado hacia la ambición, hacia la consecución
de objetivos egoicos: ser como dioses. Esa es la idea que radica tras la
ciencia. La ciencia piensa que uno u otro día será capaz de conocer todos los
misterios y que el hombre será un dios infinitamente poderoso. Se trata de una ambición, de un desvarío
egoico.
Arrastramos a todos los niños
hacia el ego. Y el ego vive en el
lenguaje. Así que cuanto mejor se
expresa y comunica a través del lenguaje, más famoso se hace. Se convertirá en un líder de hombres, o en un
gran autor, en un escritor, en un poeta, en esto o en aquello. Así es la gente más famosa del mundo. Se convertirá en un pensador, o en un
profesor, o en un filósofo. Esos son los
que dominan. ¿Por qué dominan en este mundo?
El hombre que sabe expresarse mediante el lenguaje es el hombre
dominante. Uno no puede imaginar un
líder estúpido, y tampoco puedes imaginar a un hombre que no sepa hablar, ni
pensar, ni que no sea expresivo y que se vuelva famoso. Imposible. Toda fama proviene del lenguaje. Así que los niños se enredan cada vez más con
el lenguaje, con las palabras. Y Bodhidharma
dice: “Ni palabra”.
He dicho que la serpiente fue el
primer profesor. A partir de entonces
toda la tarea del maestro religioso no es más que descubrir cómo deshacer lo
que hizo la serpiente, cómo deshacer lo que se te ha enseñado, cómo deshacer
todo el sistema educativo, cómo liberarte de tus condicionamientos, cómo
ayudarte a abandonar la palabra. En el
momento en que abandonas la palabra vuelves a recuperar la inocencia. Eso es la santidad: inocencia, inocencia
primigenia. En el momento en que desaparece el lenguaje de tu mente y dejas de
hilvanar palabras, surge un gran silencio… un silencio que casi habías
olvidado. No eres para nada consciente
de que hubo un día en que lo tuviste.
Estaba ahí, te perneaba cuando estabas en el vientre de tu madre.
Cuando naciste y cuando abriste los ojos por primera vez ahí estaba,
permeando toda la existencia. Ahí estaba, muy vivo. Viviste en él durante algunos días, algunos
meses, algunos años. Y lentamente empezó
a desaparecer. El polvo se acumula y el espejo deja de reflejar. Cuando la gente empieza a decir que qué
crecido estás, simplemente están diciendo que has perdido la inocencia. Te han
corrompido, te han hipnotizado con el lenguaje.
Ahora no puedes ver, sólo piensas.
Ahora no sabes, piensas. Ahora no
haces más que ir de aquí para allá sin ni siquiera acercarte a la diana. No haces más que dar vueltas. Hablas de Dios,
hablas del amor, y hablas de esto y de lo otro y nunca sabes nada, porque para
saber el amor uno tiene que amar.
No sirve de nada pensar o leer
sobre ello. Puedes convertirte en uno de
los mayores expertos en el amor sin saber nada al respecto. Es una experiencia. El lenguaje es muy
taimado. Sustituye lo real por el “acerca de” Un día vino a verme un hombre que
me dijo: “Vengo para saber acerca de Dios”.
Así que le contesté: “¿Por qué saber acerca de? ¿Por qué no saber a Dios?”. ¿Cómo te ayudará saber algo acerca de
Dios? Sí, claro, puedes ir acumulando
información, haciéndote más conocedor, pero eso no te será de ninguna ayuda,
eso no te transformará, no se convertirá en tu luminosidad interior. Continuarás tan a oscuras como antes.
Todo el esfuerzo de un Jesús, un
Buda o un Bodhidharma, no es más que deshacer lo que la sociedad te ha hecho.
Son la gente más antisocial del mundo.
Destruyen todo aquello que la sociedad ha creado en ti. Son los más antisociales de todos. Destruyen todo aquello que la sociedad ha
creado a tú alrededor, todas las defensas, todos los muros. Lo destruyen todo. Son grandes nihilistas,
simplemente se dedican a destruir, porque lo que es no necesita ser creado. Ya está ahí.
No puede ser inventado, sólo tiene que descubrirse.
O sería todavía mejor decir que
hay que redescubrirlo. Ya sabes lo que
es; por eso tenemos una cierta idea del gozo.
Sabemos de alguna manera lo que es, aunque no podamos expresarlo en
palabras. Lo buscamos. Lo buscamos. Tanteamos en la oscuridad y nos dirigimos
hacia algo llamado gozo. Si no lo
hubieras conocido, ¿cómo podrías estar tanteando en busca? Es porque debes haberlo conocido en alguna
ocasión. Puede que lo hayas olvidado,
cierto, pero lo has conocido, y en algún lugar, en lo profundo de tu
consciencia, en los recovecos de tu ser, tienes una nostalgia, un sueño.
Así es. Ya has conocido a Dios, ya has vivido como un
Dios. Cuando eras niño viviste sin ego,
antes de entrar en contacto con la serpiente.
Ya has conocido, tus ojos estaban despejados, contabas con una claridad
transparente, podías ver a través. Has vivido
como un Dios y has sabido lo que es el gozo, pero ahora está olvidado. No obstante, sigue resonando en algún
profundo lugar de tu consciencia: “Búscalo.
Búscalo otra vez”. Por eso buscas a Dios, por eso buscas la meditación,
el amor, y por eso buscas todo lo que buscas.
A veces en la dirección correcta, a veces en la equivocada, pero no
haces más que buscar lo que estaba ahí y ahora sabes que ya no. El día que sepas lo que es Dios, el día que
tengas esa experiencia, te reirás. Y te
dirás: “¿Así que esto es Dios? Pero si
ya lo sabía.
Puedo reconocerlo”. Por eso la gente puede reconocer a Dios,
¿cómo si no podría reconocerlo? Si un
día te cruzases conmigo y no me conocieses, ¿cómo podrías reconocerme? La gente
reconoce. Cuando el Buda llegó a ese momento pudo reconocer de inmediato. “Sí, eso es”.
Cuando Bodhidharma llegó a ese momento empezó a reír. Y dijo: “¿Así que era esto? Estuvo ahí en mi infancia. Fue destruido y
contaminado. Me tiraron polvo a los ojos
y perdí la claridad. Ahora los ojos vuelven a funcionar bien y lo veo”. Dios es
lo que es. Tú eres Dios inconsciente,
dormido. Una cosa más acerca de la historia bíblica. Dice que Dios expulsó a Adán. Pero no es correcto. Dios no puede expulsar; en ese sentido, Dos
carece de todo poder. ¿Adónde
expulsaría? A ver, dime. Todo es el mismo jardín del Edén, de un
extremo a otro.
No hay manera de expulsar a
nadie. El reino de Dios es infinito,
¿cómo puede expulsarte? ¿Adónde te
expulsaría? No hay ningún otro lugar. Suyo es el único mundo, no hay otro. Adán no es expulsado, Dios no puede expulsar
porque no hay ningún sitio al que expulsar. En segundo lugar, Dios no puede
expulsar a Adán porque Adán es Dios.
Adán es parte de Dios; ¿cómo puedes expulsar una parte de ti? Yo no puedo expulsar mi mano, ni mi pierda.
No es posible. La expulsión de Adán
sería la automutilación del propio Dios.
No, no puede hacer eso; no es masoquista, no puede trocearse en pedacitos.
Dios es compasión. Adán no es
expulsado. ¿Qué pasó entonces? Adán se quedó dormido. Al comer el fruto del
árbol del Conocimiento se durmió. Ahora
ya no ve la realidad, sino que sueña con ella.
Ahora tiene sus propias ideas,
sus propios conceptos, sus propias visiones. Ahora se ha convertido en un
fabulador, y no hace más que inventar.
Utiliza lo que es sólo como pantalla sobre la que proyectar su mundo de
lenguaje. Por eso dice Bodhidharma: “Ni palabra”. Y si ya la has ideado, desidéala,
deséchala. Éste es uno de los mensajes
más fundamentales del zen. En China a
este estado lo llaman mo chao, cuando no ideas ninguna palabra. Mo significa sereno o silente, y chao quiere
decir reflejo o consciencia. “Reflejo”
hace aquí referencia a esa cualidad espejada, de auténtica “reflexión”. Mo chao, pues, significa reflejo sereno. El lago está silente, sin ondas. Refleja perfectamente. Es una noche de luna llena y ésta se refleja
en el lago. ¿Y te has dado cuenta? La luna del reflejo es mucho más hermosa que
la del cielo.
Cuenta con algo añadido… la
serenidad del lago, el silencio del lago, la frescura del lago. La belleza
espejada del lago, eso es lo que tiene de más.
Cuando Dios se refleja en ti, en tu mo chao, Dios se torna incluso más
hermoso. Algo se añade. Pero si piensas, entonces aparecen las ondas. Y el lago se agita. Entonces no te encuentras en el estado
adecuado para reflejar. Entonces te tornas muy destructivo con la
realidad. La Luna deja de reflejarse tal
cual es, queda destruida por tus ondas. Y si éstas se convierten en grandes
olas, la destrucción es todavía mayor.
Así no se añade nada a la hermosura de la luna, destrozas toda la
belleza y se convierte en una perversión; no es exactamente como la luna, es
otra cosa. No es cierta, es falsa. Este
mo chao, reflejo sereno, aparece expresado en un famoso poema de un maestro
zen, Hung-chin:
En silencio y serenamente, uno olvida todas
las palabras;
Y eso aparece ante uno de manera clara y
vívida.
Cuando uno lo realiza, es vasto y sin
límites;
En su esencia se es claramente consciente.
Esta luminosa percepción se refleja de
manera singular,
Este puro reflejo está lleno de maravilla.
El rocío y la luna,
Las estrellas y los torrentes,
La nieve sobre los pinos
Y las nubes colgadas de las cimas de las
montañas…
De ser oscuridad se tornan radiantemente
luminosas;
De ser oscuridad se convierten en luz
resplandeciente.
Infinita es una maravilla que permea esta
serenidad;
En su reflejo todo esfuerzo intencional
desaparece.
Serenidad es la palabra de todas las
enseñanzas.
La verdad del reflejo sereno
Es perfecta y completa.
¡Ah, mira!
¡Los cien ríos fluyen
Convertidos en rugientes torrentes
Hacia el gran océano!
El zen se basa en mo chao, un
reflejo sereno. Hay que tenerlo bien claro.
Porque serenidad no significa una quietud forzada. Puedes forzar a tu mente para que esté
quieta, pero eso no te será de gran ayuda.
Eso es lo que hacen muchas personas que creen ser meditadoras. Fuerzan
la mente con violencia. Son agresivas
con su propia mente. Si no dejas de ser agresivo, llegarás a un punto en que la
mente cederá, de puro cansancio. Pero
sólo en la superficie; en los vericuetos más profundos de tu inconsciente
continuará la agitación.
Será una serenidad falsa. La serenidad forzada es falsa, no es
real. No, no lo lograrás a base de
fuerza de voluntad; no puede ser mediante el esfuerzo. Solo llega gracias al entendimiento, no por
fuerza de voluntad, aunque la tentación sea grande. La tentación siempre está ahí, porque hacer
algo mediante la voluntad parece más fácil.
Hacer algo mediante la violencia parece más fácil; pero hacer la misma
cosa mediante el amor y el entendimiento parece muy, muy difícil, y da la
impresión de que se tardará mil años en llegar.
Así que siempre tratamos de
encontrar un atajo. Y en el crecimiento espiritual no existen los atajos; nunca
han existido y nunca existirán. No seas
víctima del atajo. La serenidad debe crecer, no ser forzada. Debe provenir de tu núcleo más íntimo, a
través del entendimiento. Así que comprende qué es lo que te ha hecho el
lenguaje. Intenta comprender lo que el
lenguaje ha destruido en ti. Intenta
comprender que tu conocer no es tu saber, fíjate bien. Obsérvalo, fíjate en
situaciones distintas, y verás cómo te aparta de la realidad. Te topas con una
flor y en el momento en que la ves, el lenguaje salta inmediatamente en tu
mente y dice: “Una hermosa rosa”, y ya has destruido algo. Ahora ya no es ni hermosa ni rosa… porque ha
aparecido una palabra. No permitas que
la palabra interfiera con todas y cada una de tus experiencias.
De vez en cuando déjate estar ahí
con la rosa y no digas: “Una rosa”. No
es necesario. La rosa no tiene nombre, somos nosotros quienes se lo damos. Y el nombre no es una cosa real, así que si
te apegas al nombre pasarás por alto lo real.
El nombre te pasará ante los ojos y proyectarás algo: todas las rosas
pasadas. Cuando dices: “Es una rosa”, la
estás clasificando. Y las rosas no
pueden clasificarse, porque son tan únicas e individuales que no es posible
clasificarlas. No le otorgues una clase,
no la encasilles, no la encajones. Disfruta su belleza, su color, su
danza. Estate ahí. No
digas nada. Observa. Permanece en mo chao, en un reflejo sereno y
silente. Sólo refleja. Deja que la rosa se refleje en ti; tú eres un
espejo. Si puedes convertirte en espejo, te habrás convertido en
meditador. La meditación no es más que
la pericia de reflejar. Y ahora, en tu
interior no se mueve ni una palabra, y por ello no hay lugar para la
distracción.
Las palabras se asocian entre sí,
se vinculan. Una palabra lleva a la
otra, y esa a otra más, y no te das cuenta y e has ido lejísimos. En el momento en que dices: “Ésta es una
hermosa rosa”, inmediatamente te acuerdas de esa novia a la que le gustaban las
rosas. Luego recuerdas lo que pasó con
ella, te acuerdas del amorío fantástico, de la luna de miel, y luego de la
miseria que sigue de manera natural, el divorcio, y todo lo demás. ¿Y la flor?
Te habías olvidado completamente de ella. El lenguaje, la palabra, te
distrajo y te fuiste de viaje. Una palabra lleva a otra; existe un vínculo
continuo. Todas las palabras están
vinculadas, entrelazadas. La asociación
es grande. Sólo tienes que utilizar una y esperar a ver la de cosas que
empiezan a dar vueltas. Di “perro” una
palabra corriente y espera un segundo.
Recordarás un perro de la infancia, que solía aterrarte, el perro del
vecino, y que tenías mucho miedo al regresar del colegio, y que tu corazón
empezaba a latir acelerado, lleno de miedo.
Ese perro sigue siendo mucho perro. Y de ahí pasas a acordarte del vecino, y así
sin parar. Una cosa lleva a mil y una más, y no tiene fin. Si, en el principio
fue el Verbo, la palabra. La frase
bíblica tiene toda la razón. Todo empieza con una palabra. El mundo empieza con la palabra; cuando dejas
caer esa palabra desaparece el mundo.
Entonces eres en Dios. El hijo pródigo ha regresado, ha despertado. Así que no fuerces el silencio en
ti. Por eso insisto en no forzar, sino
en más bien danzar, cantar. Permite que
tu actividad sea satisfecha. Permite que
tu mente vaya de aquí para allá, que se canse por sí misma. Salta y respira, y baila, y corre, y nada, y
cuando sientas que tu cuerpo mente está cansado, entonces siéntate en silencio
y observa. Poco a poco te irás llenando de momentos de serenidad. Llegarán como gotas. Existe una palabra en particular para
decirlo… Los budistas lo llaman
chitta-kshana, un momento de consciencia.
Estos chitta-kshana, estos momentos atómicos de consciencia, empezarán a
fluir en ti. Llegan como
intervalos. Una palabra ha desaparecido,
pero la siguiente todavía no ha surgido.
Pues justo entre las dos se abre de repente una ventana, un intervalo,
un portillo. Y puedes ver la realidad con
mucha claridad, luminosamente. Puedes
volver a ver con esos ojos de la infancia que habrías olvidado por
completo. El mundo vuelve a ser
psicodélico, lleno de color, muy vivo, y lleno de maravillas. Por eso dice
Hung-chin: “Este puro reflejo está lleno de maravilla…/ infinita es la
maravilla que permea esta serenidad…”. Maravillarse es el sabor de esa
serenidad. La mente moderna ha perdido la capacidad de maravillarse.
Ha perdido toda capacidad de
indagar en lo misterioso, en lo milagroso… a causa del conocimiento, y cree
saber. En el momento en que piensas que
sabes, la maravilla deja de manifestarse.
En el momento en que empiezas de nuevo a ser menos conocedor, la
maravilla regresa y empieza a permearte.
Obsérvalo. Si crees que conoces este árbol, entonces ya no puedes maravillarte
ante él. Por eso tú propia esposa, y su
belleza, no te llena los ojos de maravillas. Crees que la conoces. Seguro que ahora crees que la conoces, ahora
piensas que estás familiarizado con ella... y no es así, porque cada persona es
un misterio tan único que no hay manera de conocerla. No puedes conocer a una mujer por ser su
marido, y no puedes conocer a un hombre convirtiéndote en su esposa.
Puede que hayáis vivido treinta
años juntos, pero no os conocéis. Seguís
siendo extraños. Como todos somos misterios no hay manera de familiarizarse, y
cada momento es impredecible. A veces te das con ello. Has vivido durante diez años con una mujer, y
de repente, un día, está enfadada.
¡Nunca se te había pasado por la cabeza que pudiera enfadarse tanto! La has estado observando durante diez años y
siempre había sido tan tierna, tan dulce, tan compasiva, y de repente un día,
se enfada tanto que podría llegar a matarte. ¡Impredecible! Y tú te habías empezado a acomodar y a dar su
presencia por sentada, y creías conocerla.
Nadie conoce a nadie. Ni ella te
conoce a ti ni tú a ella. Si, puede que hayas dado a luz a un hijo. Ese hijo ha permanecido nueve meses en tu
vientre, pero no le conoces. Cuando el
hijo llega es tan impredecible como el hijo de cualquiera. Ni por un instante se te ocurra pensar que
conoces a nadie. Todos somos extraños.
Así es toda esta existencia. Estos árboles que os rodean en el patio… Los ves cada día y poco a poco has dejado de
verlos porque crees que ahora los conoces. ¿Para qué seguir mirándolos? Por favor, escúchame, vuelve a mirarlos y te
sorprenderás. Nunca se llega a conocer
nada. El conocimiento no tiene
lugar. El conocimiento sólo es pura
ignorancia. La vida es misteriosa. Sí, podemos disfrutar de ella, podemos danzar
con ella, podemos cantar con ella, podemos celebrar… sí todo eso es posible. Pero no podemos conocerla. Todos los grandes
maestros del mundo han dicho que ese conocimiento no es posible. No pertenece a
la naturaleza de las cosas. Y sea lo que
sea lo que creas que conoces, sólo es algo parcial… simulado. Y a causa de toda esa simulación todo acaba
pesándote tanto que dejas de maravillarte.
Un niño se maravilla porque no
sabe. Una vez que uno empieza a
familiarizarse lee geografía o historia y todo tipo de tonterías, entonces cree
que sabe. Entonces la flor no vuelve a
oler nunca más de la forma en que solía.
Y entonces dejará de coleccionar conchas a orillas del mar. Habrá crecido. De hecho, en realidad lo que
habrá sucedido es que habrá dejado de crecer.
Habrá muerto. El día que creas que sabes, habrá tenido lugar tu muerte,
porque ahora no habrá más maravillas, ni alegría o sorpresa. Ahora vivirás una vida muerta.
Podrás entrar en tu tumba, no perderás nada
con ello. Como ya nada te volverá a
sorprender, ¿qué sentido tiene seguir viviendo?
Suicídate. De hecho, eso es lo
que en realidad has estado haciendo. Nos
suicidamos. El día que creas que sabes,
te habrás suicidado. Con este mo chao, con este reflejo sereno, volverás a ser
un niño; volverás a tener esos hermosos ojos de la infancia: inocentes,
ignorantes, y no obstante, penetrantes. Así que recuérdelo, la serenidad, o el
silencio, no es apaciguamiento; no es quietud.
Implica la trascendencia de todas las palabras o pensamientos, denota un
estado de más allá, de penetrante paz.
No es una “mente serena”, es la serenidad en sí misma. No es algo disciplinado que provenga de tu
propio esfuerzo. No es nada que haya que
practicar, sino que hay que entender, amar.
Debes jugar con ello en lugar de resolverlo. Es la ausencia de intelección.
Sí, de eso es de lo que trata la
meditación, de la ausencia de actividad mental.
La mente deja de pensar; la mente está silente. No hay rastro de actividad mental, es pura
conciencia en la tranquilidad de la ausencia de todo. Los japoneses tienen una hermosa palabra para
ello: lo llaman kokoro. Significa nada
absoluta, una ausencia tremenda, vaciedad, pero no negativa. La ausencia de
todo parece significar algo que es negado.
Pero no. Todo lo que es basura es
negado, es cierto, obviamente, pero una vez que niegas todo lo que es basura,
se afirma tu naturaleza más íntima. Es
muy positivo.
Cuando las ondas desaparecen de
la superficie del lago podrías muy bien decir que ahora no existe nada en su
superficie. Flora en él, reside en él la
nada absoluta. Pero no es un estado
negativo. De hecho, ahora el lago se
está afirmando a través de su silencio total.
Su naturaleza se torna visible en la superficie; las olas y ondas la
ocultaban. Ahora está ahí,
presente. Sin hacer ruido, muy
silenciosa. No declara: “Aquí estoy yo”,
porque no hay ningún “yo”. “Yo” no es más que todo tu ruido
junto. Y cuando el ruido desaparece,
cuando desaparece la mente, cuando ya no hay más intelección, de repente eres
por primera vez… y no obstante, no eres.
No eres a la antigua manera; has muerto y renacido. Ésta es la segunda infancia. El maestro
Suigan realizó la siguiente declaración al final del retiro estival: He estado
hablando, de este a oeste, durante todo el verano, para mi hermandad. Mirad cómo crecen mis cejas.
Qué bien crecen, maestro dijo uno
de sus discípulos. Quien comete un robo se siente incómodo en este corazón
comentó otro. Y un tercero, sin decir nada, simplemente murmuró: Kwan!* El
maestro había estado hablando… Esa es la ironía, la paradoja, que incluso un
maestro zen debe hablar. Habla contra el
hablar, pero sigue teniendo que hablar. Es como si tuvieses una enfermedad que
te fuese envenenando y preparásemos una medicina a partir de otro veneno para
destruir la enfermedad. Casi todas las
medicinas están preparadas a partir de venenos.
Para liquidar un veneno hay que utilizar otro.
Imagina que tienes un pincho
clavado en el pie. Pues buscaremos otro
pincho para sacarte el del pie. Un clavo
se saca con otro clavo. Sí, resulta
irónico que hasta un maestro zen debe hablar continuamente. El Buda habló durante cuarenta y dos años,
por la mañana, por la tarde, por la noche, y entre medias. Y habló de una sola cosa: de dejar de hablar,
de estar en silencio. “Ni palabra”. Ahora
este maestro, este Suigan, lleva muchos meses hablando y al final de la sesión
dice: “He estado hablando, de este a oeste, durante todo el verano, para mi
hermandad. Mirad cómo me crecen las
cejas”. Lo que está diciendo es: “A ver,
¿sigo vivo o estoy muerto? Con tanto
hablar puede que me haya muerto, puede que haya dejado de crecer”.
El primer discípulo dice: “Qué
bien crecen, maestro”. Es cierto, al
cien por cien. Puede ver en el
maestro. Esas palabras no han perturbado
el silencio del maestro, no se han convertido en su muerte; su vida fluye como
siempre. No se han transformado en un
obstáculo. Se te permite hablar sólo
cuando tus palabras no destruyen el silencio.
Cuando tu silencio permanece inmaculado, sin ser mancillado por tus
palabras, entonces puedes hablar.
Entonces tus palabras serán una bendición para el mundo. Ayudarás a muchas personas a salir de sus
palabras. Tus palabras se convertirán en
medicina. Pero si tus palabras perturban
tu silencio si mientras hablas pierdes contacto Con tu núcleo de serenidad más
íntimo, mo chao, entonces todo será inútil.
Será mejor que primero te cures a ti mismo, antes de empezar con otro.
Harías más mal que bien. El discípulo dice: “Qué bien crecen, maestro. Puedo ver que vuestro silencio permanece
imperturbable”.
El segundo discípulo dice: “Quien
comete un robo se siente incómodo en este corazón”. Todavía mejor que el primero. Está diciendo: “Maestro, aunque está usted
más allá del robo, no obstante, si robase, se sentiría culpable. Sabemos que
esas palabras no le perturbarán, pero aun así las palabras son tal molestia que
se siente usted un poco culpable. Lo veo”. Comprendo la idea del segundo
discípulo. Sí, hablando a vosotros
también me siento yo culpable porque existe el peligro de que no escuchéis lo
que estoy diciendo, de que no escuchéis lo que quiero decir y empecéis a hablar
como yo. El peligro existe, está
ahí. Estoy cometiendo un crimen. Y debe cometerse porque parece que no hay
otro modo de ayudaros. Hay que correr el
riesgo.
El segundo discípulo profundiza
más. El primero estaba en lo correcto al
cien por cien, recuérdelo, pero el segundo tiene razón al doscientos por
cien. Dice: Quien comete un robo se
siente incómodo en este corazón. Lo
veo”. El tercero tiene razón al trescientos por cien. El tercero no dijo nada, sólo murmuró:
“Kwan!”. Es como “¡Eo!”. Decir algo no tiene sentido, así que
simplemente murmura un sonido. Y lo que
está diciendo es: “Sea lo que sea lo que haya estado diciendo no son más que
sonidos vacíos, maestro. No se preocupe. Sea lo que sea lo que dijo no son más que
palabras, como mi “Kwan!”. Sí, a veces
sirve para ayudar a despertar a un hombre, pero no quiere decir nada.
Si alguien duerme profundamente y
le gritas “Kwan!” a la oreja, abrirá los ojos, eso es todo. Se habrá hecho el trabajo. Pero el “Kwan!” en sí mismo no significa
nada”. Eso es exactamente lo que son las declaraciones del maestro: un
“Kwan!”. No quieren decir nada, no
implican ninguna filosofía. Sólo son
gritos para despertarte. El tercero ha comprendido del todo. Está en el mismo espacio que el propio
maestro. ¿De dónde proviene este “Kwan!”.?
Viene de kokoro, de nada de nada.
Y cuando estás en esta nada todo es posible. Esta nada es tan potente, tan positiva que
esta nada es Dios. Los budistas no utilizan la palabra Dios, porque Dios parece
que confine. Utilizan la nada, el vacío: kokoro, sunyatta. En toda la existencia. Estas son palabras de
John Donne: “Dios es tan omnipresente que Dios es un ángel en un ángel, y una
piedra en una piedra, y una paja en una paja”.
En esta nada habrás penetrado en
la auténtica naturaleza de las cosas.
Esta penetración en la naturaleza de las cosas es el objetivo. Y sólo es posible cuando no dices “Ni
palabra”. Entonces las cosas son. Escucha
estas palabras de Wordsworth:
El gallo cacarea,
El arroyo fluye,
Los pajaritos gorjean,
El lago refulge,
Los verdes prados dormitan al sol.
Todo es tal cual es. El gallo
cacarea y los verdes prados dormitan al sol.
“Dios es tan omnipresente que Dios es un ángel en un ángel, y una piedra
en una piedra, y una paja en una paja”.
Entonces Dios desaparece, sólo queda santidad. Desaparece la deidad, quedando sólo
divinidad, pura, divinidad líquida, permeando todo el espacio. La otra noche
estuve leyendo el diario de Leonardo da Vinci.
En él escribió una frase que me conmocionó: “Entre las grandes cosas que
pueden encontrarse entre nosotros, el ser nada es la más grande”. Kokoro.
Ese ser nada se manifiesta sin palabras, sin lenguaje, sin conceptos,
sin mente, sin actividad mental: mo chao. Ahora esta pequeña parábola:
Un maestro zen señaló lacónicamente
a un estudiante que llevaba cierto tiempo hablando de teoría zen… Bueno, lo
primero es que el zen no tiene teoría. Es un enfoque no teórico de la realidad.
No tiene doctrina ni dogma, de ahí que carezca de iglesia, de sacerdotes, de
papa. Cuando empiezas a hablar sobre la teoría del zen, el zen deja de ser
zen. Existe la teoría pero no el
zen. El zen y la teoría no pueden
coexistir. La teoría está muy limitada;
el zen es una experiencia ilimitada. El
zen es más parecido al amor, no puedes definirlo. El zen es muy terrenal. Es un raro fenómeno. Es el resultado del encuentro de dos genios:
el genio hindú y el genio chino. El
genio hindú es muy abstracto, incluso el Buda. Intenta con todas sus ganas no
serlo, pero ¿qué puede hacer? Después de
todo un hindú es un hindú.
El genio hindú es muy
abstracto. Habla de grandes cosas, de
grandes teorías; hila grandes ideas.
Realiza vuelos muy elevados por el cielo, sin llegar a posarse en la
tierra. El genio hindú no ha sabido durante muchos siglos cómo aterrizar en la
tierra. Sube y sube, y luego no sabe cómo volver. Carece de raíces. Tiene alas, pero no raíces. Esa es su miseria. El genio chino está más
inclinado hacia lo terrenal, es más práctico, más pragmático. No penetra mucho en el cielo. Y aunque se
adentre un poco, siempre mantiene los pies en la tierra, firmemente asentados
en la tierra. No echa a volar como un
pájaro, sino que entra en el cielo como un árbol. Mantiene sus raíces en la tierra, en muy
elevada proporción. Lao-tzu es muy
práctico, al igual que Confucio.
Cuando Bodhidharma fue a China
con el gran mensaje del zen, resultó un gran encuentro, una gran síntesis entre
el genio hindú y el chino. El zen no es ni hindú ni chino. Cuenta con ambos, y no obstante está más
allá. Así que si le preguntáis a un budista indio hay muy pocos, si le
preguntáis a un budista indio, no se tomará el zen en serio. Dirá: “Son todo tonterías”. Allí donde sigue prevaleciendo el budismo
hindú en Ceilán, Birmania, Tailandia- nadie habla del zen. La gente se ríe. Dicen que es como una broma. Si hablas con
gente zen china y japonesa acerca de las grandes escrituras budistas, dirán:
“Quémalas de inmediato. Todas las
teorías abstractas no son más que tonterías.
Apartan al hombre de la realidad”.
Para mí, el zen es una de las
mayores síntesis que se han dado, un fenómeno trascendental. La primera cosa al respecto es que es
existencial, no teórico. No dice nada
acerca de la verdad, sino que te ofrece la verdad tal cual es. Sólo te despierta. Te sacude para despertarte, te grita para
despertarte, pero no te ofrece teorías, ni doctrinas, ni escrituras, la única
religión capaz de destruir todos los ídolos, y también todos los ideales. Un
maestro zen señaló lacónicamente a un estudiante que llevaba cierto tiempo
hablando de teoría zen… El zen carece de teoría. Eso es algo único del zen. En el momento en que empiezas a hablar de
teoría zen, el zen deja de ser zen. Hay
teoría, pero no zen. El zen y la teoría
no pueden coexistir. La teoría es muy limitada; el zen es una experiencia
ilimitada. El zen se parece más al amor:
no puedes definirlo.
Y el maestro dijo: “Tienes
demasiado zen”. Qué declaración tan
hermosa. Le dijo: “Tienes demasiado
zen”. Lo que le está diciendo es: “No tienes nada de zen en ti”. Así es como hablan los maestros zen. Quiere decir: “En ti no hay nada de
zen”. ¿Cómo se puede tener demasiado
zen? O tienes o no tienes. Es una manera de decirte que en ti no hay
zen. “Tienes demasiado zen” significa:
“Tienes demasiada teoría. Sabes mucho al
respecto y ni siquiera has tenido un vislumbre de ello”. “Pero ¿no es natural
que un estudiante zen hable del zen?”, preguntó el estudiante, perplejo.
La segunda cosa… Primero es que
en el zen no hay teoría; segundo, que no puede haber nadie que se denomine un
“estudiante” zen. No es posible. Un estudiante busca teoría. Un estudiante quiere ser sabedor. Un estudiante acude a una serpiente, no a un
maestro. Un estudiante acude a un
profesor. Un estudiante va al colegio, a
la universidad, a un instituto. El zen no tiene estudiantes. El zen carece de teorías, y por lo tanto, no
puede tener estudiantes, ni profesores. Sí, cuenta con maestros y discípulos.
Un maestro no es un profesor, recuérdalo.
El trabajo de un maestro es exactamente el contrario que el del
profesor. El profesor te enseña, el
profesor te hace aprender muchas cosas.
El maestro te ayuda a desaprender.
El maestro es el antídoto del profesor.
En el diccionario hallarás que quiere decir lo mismo, pero recuerda que,
al menos en el mundo del zen, no son lo mismo.
Soy un maestro, no soy un
profesor, y quienes están realmente aquí no son estudiantes, sino
discípulos. ¿Cuál es la diferencia entre
un estudiante y un discípulo? El
estudiante quiere saber más, aprender más.
El estudiante quiere convertirse en erudito. El estudiante anhela el Árbol del
Conocimiento. El estudiante quiere
comerse todas las manzanas posibles. El
estudiante está en un viaje egoico. Es
curioso, inquisitivo, pero no está listo para ser transformado. El discípulo es
un fenómeno distinto. El discípulo no anhela conocimiento; quiere ver, no
saber. Quiere ser. Ha dejado de estar interesado en acumular
conocimiento, y lo que quiere es tener más ser.
Su dirección es completamente distinta.
Si para tener más debe deshacerse de todo su conocimiento, está listo. Está preparado para sacrificarlo todo.
El discípulo no es un acaparador;
el estudiante sí lo es. Y claro, cuando
acaparas, lo guardas todo en la memoria.
La memoria no deja de crecer en la mente de un estudiante, pero no es su
consciencia. En el interior de un
discípulo, la memoria empieza a desaparecer poco a poco. Ha dejado de cargar con el peso del pasado. Sólo sabe lo esencial. Su conocimiento es
utilitario. Pero su consciencia empieza a crecer. Su energía se traslada de la memoria a la
consciencia. Esa es la gran diferencia entre un estudiante y un discípulo. El estudiante quiere saber acerca de; todo su
esfuerzo está dirigido a pensar mejor.
El discípulo quiere ser; todo su esfuerzo está dirigido a cómo ser, a
cómo regresar a casa, a cómo volver a recuperar esos ojos infantiles, a cómo
renacer. Eso es lo que Jesús quiere
decir cuando dice: “A menos que volváis a nacer”.
Estaba buscando discípulos. Y a Nicodemo le dijo: “A menos que vuelvas a
nacer no me comprenderás y no podrás entrar en mi reino de Dios”… Puede que no
sepas que el tal Nicodemo era un profesor, que había llegado en busca de conocimiento.
Era un famoso rabino. Estaba en el
consejo del gran tempo de Jerusalén. No fue de día porque temía que la gente
pudiera reírse de él, de que un erudito tan importante, de que un profesor tan
conocido en todo el país, acudiese a un hombre ordinario, a una especie de
hippie. Sí, porque Jesús era un hippie. Iba con gente ignorante, con elementos
antisociales, tenía todo tipo de gente, estaba con personas nada respetable.
Era un hombre joven con aspecto de loco.
Y hablaba de cosas de las que sólo hablan los neuróticos o los
budistas.
Siempre que surge la cuestión de
decidir si alguien es un buda o un neurótico, acabas diciendo que es un
neurótico, porque decidir que es un buda va contra tu ego. Así que la gente sabía que Jesús era un poco
neurótico, que estaba un poco loco, que era un excéntrico, y a su alrededor
había reunido a gente un tanto peligrosa. Así que Nicodemo no podía acudir a
verle a plena luz del día: fue a preguntarle en mitad de la noche. Y le
preguntó: “¿Qué es ese reino de Dios del que tanto hablas? ¿Qué es?
Quiero saber más sobre eso”.
Sobre eso… cuidado. Y Jesús le dijo: “A menos que vuelvas a nacer no sabrás
lo que es”. Eso fue demasiado para
Nicodemo. ¿Volver a nacer? ¿Tiene un precio tan alto? Morir y volver a nacer… parece demasiado.
Un estudiante está dispuesto a
pagar en monedas pequeñas; un discípulo está dispuesto a pagar con su
vida. Un estudiante tiene una pesquisa;
el discípulo… no sólo es una pesquisa.
No hay palabra para expresarlo.
Pero en sánscrito tenemos una: mumuksha.
Y para pesquisa tenemos otra: jigyasa. Significa que uno quiere saber más.
Mumuksha quiere decir que uno quiere ser más. Uno quiere ser liberado de todo
confinamiento. No se quiere seguir confinado en ningún tipo de cautiverio: en
la tradición, en las escrituras, la sociedad, el estado. Uno no quiere seguir padeciendo ningún tipo
de cautiverio; lo que uno quiere es ser libre, totalmente libre. Esa rebelión,
esa necesidad de libertad total, es mumuksha.
En Occidente, no hay palabras para traducirla. Podemos decir que es el deseo de pasar a ser
carente de deseos; el deseo de ser tan completamente libre que ni siquiera
quiera rastro de ese deseo.
“Pero ¿no es natural que un
estudiante zen hable de zen? Es un estudiante, no un discípulo, y ahí es donde
se complica todo. Dice: “¿No es
natural?”. Sí, es natural en un
estudiante. ¿Qué más puede hacer un
estudiante? El estudiante, y el erudito,
y el profesor lidian con palabras, pergeñan palabras. Acuñan nuevas palabras. Juegan con las
palabras. Todo su negocio requiere de
palabras, vacías e impotentes. Pero
siguen jugando con ellas y creando otras nuevas. “Pero ¿no es natural que un
estudiante zen hable de zen?”. Para un estudiante. A un estudiante le da la impresión de que no
hablar de zen es algo muy poco natural.
¿Entonces para qué acudir a un maestro?
¿Qué sentido tiene acudir a un monasterio zen si no se puede hablar? Es natural. Pero para un discípulo no lo
es. Un discípulo se ha convertido en un
hombre silencioso.
Un discípulo sabe que estar en
silencio es natural. Escuchar al maestro
en silencio. De hecho, no se trata de
escuchar demasiado sus palabras, sino de escuchar su silencio, que siempre está
tras las palabras. Empiezas escuchando sus palabras, pero poco a poco vas
escuchando el silencio. Poco a poco, lentamente, te gradúas de las palabras y
pasas al silencio. Poco a poco,
lentamente, tiene lugar un cambio, cambia la concepción global: dejas de estar
interesado en lo que dice el maestro, y empiezas a ocuparte de lo que es. Eso
es lo natural para un discípulo, pero claro, ¿qué más puede hacer un
estudiante? Puede hablar, preguntar al
discípulo: “Pero ¿no es natural que un estudiante zen hable de zen? ¿Por qué odia hablar de zen?”, dice. Al
maestro no es que no le guste, ni que lo “odie”. El maestro no puede odiar.
Simplemente ve la futilidad que
hay en ello. Recuerda, tanto amar como
odiar son relaciones. El maestro no
mantiene ninguna relación con el mundo; no está encantado con el lenguaje ni lo
odia. El odio también es una relación, y
eso quiere decir que no se está libre; se sigue estando apegado. En sentido contrario, pero todavía apegado,
preocupado. Puedes escapar del lenguaje,
pero sigues sin ser libre. Y sigues
preocupado con el lenguaje, y ese lenguaje te tiene pillado. No, el maestro no
está en contra, simplemente es libre respecto de él. No mantiene ninguna relación con el lenguaje,
ha roto el puente. Vive sin lenguaje. Vive sin pensar. Vive en mo chao, en silencio, en un reflejo
sereno. Es un espejo. “Porque replicó
llanamente el maestro ¡se me revuelve el estómago!”. Hay que entender eso muy
bien. Se trata de una metáfora zen. La
gente zen dice que existe una constante lucha entre la cabeza y el estómago, y
la cabeza gana al estómago.
La cabeza es muy destructiva para
el estómago. Y el estómago es la
auténtica sede de tu ser. La cabeza se
ha convertido en el dictador a causa del lenguaje, las palabras, las teorías,
la educación, el aprendizaje y el conocimiento. La cabeza se ha convertido en su sede.
Hay que desechar esa cabeza, y al hacerlo no perderás nada. Al vivir con la cabeza sólo vives a través de
palabras muertas que no pueden satisfacerte, ni liberte. La cabeza contra el estómago. Precisamente la
otra noche estuve hablando sobre un maestro zen que solía tener dos muñecas a
su lado. Eran casi iguales, pero en su
interior había una diferencia. A una le
pesaba demasiado la cabeza, tenía un pedazo de metal dentro. A la otra le
pesaba mucho la parte de abajo. Tenía un
pedazo de metal en el estómago. Y
parecían iguales, incluso estaban vestidas del mismo modo. Y siempre permanecían sentadas una junto a la
otra.
Y cuando se presentaba alguien y
preguntaba: “¿Qué es el zen?”, o; “¿Qué es la meditación y cómo se llega?”, lo
primero que hacía el maestro era empujar una de las muñecas la de la cabeza
pesada, que caía redonda y no podía ponerse derecha. ¿Cómo iba a poder con aquella cabeza tan
pesada? A continuación empujaba la otra
muñeca, la que tenía el trasero pesado, así que tampoco es que pudiera empujarse
mucho, pero saltaba hacía atrás y acababa sentada en la postura del Buda. Y
entonces el maestro decía: “Esto es zen, el estómago. Esto es Oriente, el estómago”. En los antiguos
países orientales, sobre todo en Extremo Oriente, siempre han considerado que
el ser humano vive en el vientre. Antaño
hace sólo cien años, si hubieras ido al Japón te habrías encontrado con gente a
la que de haberle preguntado: “¿Y usted dónde piensa?”, te habrían señalado el
vientre: “Pensamos aquí”.
Ahora ya están desapareciendo,
sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. El propio Japón se ha
convertido en algo parecido a la primera muñeca: el impacto norteamericano ha
sido muy fuerte. Ahora se ríen y nadie
podría decirte que se ríen desde el vientre; les parece una locura decir que se
piensa con el vientre. Ahora han empezado
a pensar desde la cabeza. Pero el énfasis es importante. El vientre es la fuente de tu vida. Te hallabas unido a tu madre por el ombligo;
ahí es donde empezó a palpitar la vida.
La cabeza es el rincón más alejado de tu existencia, el centro es el
ombligo. Tu existencia, tu ser, reside ahí.
Puede que tu pensar esté en la cabeza, pero pensar es una
especialidad. De igual manera que
utilizas las manos para ciertos propósitos, las piernas para otros, los ojos
para otros distintos, y las orejas y la nariz… pues también utilizas tu cabeza,
tu mecanismo cerebral, para pensar.
Pero ¿quién lo utiliza? ¿Quién usa las piernas para andar, quién usa
las manos y los ojos? ¿Y, quién usa el
cerebro? Ahora incluso la psicología
occidental empieza a sospechar de su vieja idea acerca de que el cerebro es la
mente. Sospechan que tal vez sea así. Ahora hay unas cuantas personas que han
empezado a considerar que el cerebro y la mente son distintos. Y tú también has
tenido de vez en cuando algún vislumbre acerca de que el cerebro no es la
mente. Por ejemplo, ves a un hombre
pasando por la calle… Recuerdas el rostro, recuerdas que conoces a ese hombre,
recuerdas que debes saber su nombre y de repente tienes el nombre en la punta
de la lengua. Y te dices: “Tengo el
nombre en la punta de la lengua. Está
ahí, pero no acabo de verlo”.
Ahora dos cosas. El cerebro suministra el nombre, pero
requiere de cierto tiempo. El cerebro
dice: “Espera. Está por aquí, en el
archivo. Espera”. Pero el que está
esperando no es el cerebro, porque tú lo sabes.
“Sí, está por ahí”. El cerebro es
el mecanismo que la mente está utilizando.
Entonces haces un esfuerzo y si no aparece, frustrado, te olvidas de la
historia. Y te metes en el jardín y
empiezas a fumar un cigarrillo, y de repente te viene a la cabeza. Tú y tu
cerebro sois dos cosas. El cerebro es
uno de tus mecanismo, como cualquier otro,
esta mano es un mecanismo que yo utilizo. Mi cerebro es otro de mis mecanismos. ¿Dónde radica la sede de la mente? El zen dice que en el estómago, en el
vientre, en el ombligo, donde apareció exactamente la primera palpitación, para
luego expandirse por todo el cuerpo.
Regresa ahí.
Cuando el maestro dice: “¡Se me
revuelve el estómago!”, está diciendo que la gente que es demasiado cerebral le
resulta pesada. Son un engorro, una
molestia. “¡Se me revuelve el
estómago!”. Esta cuestión de la cabeza frente al estómago ha pasado por muchas
formulaciones: intelecto frente a intuición; lógica frente a amor; consciencia
frente a inconsciencia; la parte frente al todo; hacer frente a suceder; vida
frente a muerte; tener frente a ser.
Estas siete formulaciones son posibles, y también son importantes. El
intelecto es muy, muy limitado; la intuición es infinita. La intuición siempre proviene del
vientre. Siempre que sientas que te
llega una intuición una corazonada, lo hace a través del vientre. El vientre es el primero en quedar
afectado. Cuando te enamoras no lo haces
con la cabeza, por eso aquellos que tienden a hacerlo todo con la cabeza dicen
que el amor es ciego. Y sucede porque no
tiene nada que ver con el cerebro.
Cuando te enamoras, te enamoras
desde otra fuente. Si le preguntas a
grandes científicos, grandes poetas, a gente muy creativa, también te dirán que
cuando sucede algo nuevo nunca es desde la cabeza, desde el cerebro. Proviene de algún lugar más allá. Madame
Curie trabajó muy intensamente en un problema matemático durante tres
años. Hizo todo lo que estaba en su
mano. Era un genio matemático y había
fracasado, del todo. Entonces, una
noche, lo dejó estar. Parecía que no
llegaba a ninguna parte. Tres años es
bastante para dedicarlos a un problema. Esa noche lo dejó. A la mañana siguiente se dispuso a empezar
con algo nuevo, a trabajar en un proyecto nuevo. Y esa misma noche lo había
solucionado. Se despertó a media noche,
se dirigió a la mesa y resolvió todo el problema, y luego volvió a meterse en
la cama.
Por la mañana, cuando volvió a su
mesa no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos, porque nadie había entrado en
la habitación, excepto la sirvienta, que lo había hecho por la noche para
preparar la cama. Pero la sirvienta no
podía haberlo hecho, ni siquiera Madame Curie había sido capaz de hacerlo. Volvió a mirar la letra, que era la suya
propia. No exactamente, pero así era,
era la suya. Parecía que hubiese escrito
borracha era un tanto imprecisa, temblorosa, pero seguía siendo su letra. ¿De
dónde había salido? Entonces recordó un sueño que había tenido por la
noche. Soñó que iba a resolver el
problema y que estaba escribiendo. Y
entonces recordó todo el sueño. Lo había
resuelto en el sueño. El cerebro había
fracasado. El cerebro no tenía respuesta.
Había llegado desde el vientre, desde la mente.
Lo mismo exactamente le sucedió a
Buda. Se esforzó durante seis años,
intentó alcanzar la iluminación por todos los medios, pero no pudo. Le pasó
como a Madame Curie, y una noche abandonó el proyecto. Se dijo: “No hay ningún sitio al que ir y no
va a pasar nada, así que me olvido de ellos”.
Esa noche durmió relajado y esa noche se iluminó. Por la mañana, tras abrir los ojos, era un
hombre completamente distinto. Algo
sucedió durante la noche. ¿El qué? Pero
recuerda: ¿Por qué sucede cuando has hecho todo lo posible? Sí, así es, sólo sucede entonces. Cuando se agota la capacidad cerebral es
cuando la intuición empieza a operar. Es
una energía superior. Al utilizar el
cerebro hasta el límite, entonces eres capaz de utilizarla, y desde ahí puedes
pasar a la intuición.
La intuición no funciona así como
así. Puedes ir a Bodhgaya, donde está el
árbol bajo el que se iluminó el Buda.
Ese árbol todavía está vivo, así que puedes ir allí, sentarte relajado y
decir: “Lo suelto todo”. Pero no
sucederá nada porque no tienes nada que soltar.
Esos seis años son necesarios. Para llegar a la inesforzabilidad hace
falta mucho esfuerzo. El intelecto frente a la intuición, la lógica frente al
amor… Se trata de dos maneras de ser
distintas: lógica y amor. La lógica es
lineal, el amor es total. La lógica se
desplaza a través de una línea, al igual que el lenguaje. ¿Te has dado cuenta? El lenguaje se desplaza, como la lógica, en
una línea. Pero la existencia no es
lineal. La existencia es
simultánea. No se trata de que yo
exista, de que además existes tú, y otros, y también existen los árboles y las
montañas… Lo que ocurre es que todos
existimos a la vez.
El lenguaje es la falsificación
porque coloca las cosas en una línea.
Por ejemplo, creas una frase: primero existe una palabra, luego otra y a
continuación otra más. La gramática dice
bien claro qué palabras deben aparecer primero, y cuáles después; dice en qué
orden debe ir todo. Por eso el chino es uno de los idiomas más bellos que
existen, porque es lo menos parecido a un lenguaje. El chino carece de
alfabeto, y como no lo tiene, el chino existe simultáneamente. Es más fiel a la existencia que cualquier
otro idioma. Es más fluido, no tan
fijo. Se parece más al amor que a la
lógica. Es más intuitivo, proviene del
vientre. Puede querer decir mil y una
cosas. Y por ello, algunos lo consideran
muy poco científico. Es acientífico; el amor es acientífico, la
existencia es acientífica. Puede querer
decir muchas cosas distintas, es más poética.
Y así es como es: el árbol puede
querer decir mil y una cosas, no sólo una.
Para un pintor tiene un significado, para el leñador otro, para el poeta
otro más, y para alguien que no esté interesado, no tiene ninguno. Para el niño
que juega a su alrededor, tiene otro sentido más, para quien venera un árbol es
un dios. Tiene mil y un sentidos. Un
árbol no está confinado a un único sentido. El idioma chino es de tal manera
que cada carácter puede significar muchas cosas simultáneamente. Puedes llegar desde muchas direcciones. Pero el lenguaje es lineal. Una línea que se mueve… Es decir, las cosas empiezan a suceder una
tras otra. En la lógica las cosas
también empiezan a suceder una tras otra.
Y si sucede una cosa entonces puede llegar la siguiente.
Fíjate: si dices una cosa luego
no puedes decir lo contrario; te lo has prohibido. Pero en la existencia, los
opuestos existen juntos. La vida existe con la muerte; el amor existe con el
odio; no lo niega. No es que el amor
exista y entonces el odio desaparezca.
¡Existen juntos! La luz existe
con la oscuridad; pero si construimos una frase, si decimos: “En la habitación
había luz”, no puedes decir a continuación: “La habitación estaba a
oscuras”. Ahora es imposible. Lo has confinado, has desechado la paradoja. La existencia es paradójica. Y yo llamo zen
al camino de la paradoja. La intuición
es paradójica. No es lineal, es
multidimensional. Consciencia frente a inconsciencia… Pero recuerda que cuando digo inconsciencia
no me estoy refiriendo al inconsciente freudiano. Ese es un inconsciente muy pobre, muy
pequeño. Se trata únicamente del
consciente reprimido, no es gran cosa.
Para el zen, el inconsciente es Dios.
Para el zen, el consciente es una
pequeña parte, la punta del iceberg, mientras que el inconsciente es vasto,
enorme, gigantesco, ilimitado. El
consciente debe volverse en el inconsciente, no al revés. No se trata de que el inconsciente deba
tornarse consciente. Y ese inconsciente
habita en el vientre. Pero recuerda que la palabra “inconsciente” no tiene unas
connotaciones muy buenas; da la impresión de que implicara la ausencia de
consciencia. Pero no, existe otro tipo
de consciencia. No se trata de esta consciencia que conoces, sino de otro tipo
de consciencia distinta, de una clase completamente diferente. No es intelectual, sino intuitiva; no es
analítica, sino sintética; no es divisible, sino indivisible.
La parte frente al todo: la
cabeza es una parte; sólo el vientre es tu totalidad. La cabeza está en tu
circunferencia; el vientre es tu centro.
Hacer frente a suceder: para la cabeza las cosas tienen que hacerse; es
una gran hacedora. Para el vientre, las
cosas sólo suceden; no hay intención. Y
la muerte frente a la vida: la cabeza acumula muerte porque todos los
pensamientos están muertos. En el
vientre palpita la vida. Y finalmente, el tener frente al ser. La cabeza es una acaparadora, una avara, no
deja de acumular. Todo su esfuerzo está
dirigido a tener más y más. No importe
el qué: dinero o conocimiento; sea lo que sea, pero tener. Más y más.
Más mujeres, más hombres, más casas, más dinero, más poder, más
conocimiento… lo que sea, pero más.
Y la cabeza no hace más que
intentar tener más porque cree que teniendo más acabará siendo. Pero nunca acaba siendo más, porque tener nunca
puede transformarse en ser. El vientre es el centro del ser; no piensa en
términos de tener, sino de ser. Uno es. Uno disfruta de este momento de
talidad. En ese momento de talidad todo
está disponible, todo es una bendición. El maestro dice: “¡Se me revuelve el
estómago!”. Y eso es lo que quiere
decir. La cabeza es destructiva,
deséchala. Pero abandonarla no significa
que no la utilices. Debes hacerlo, pero no debes ser utilizado por ella.
*Kwan! Es sólo una exclamación,
sin ningún significado implícito. No es
ningún símbolo, es la cosa en sí misma.
(N. del T.).
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