Érase una vez que
había un hombre sobre una elevada montaña.
Tres viajeros que pasaban a lo lejos, se fijaron en él empezaron a discutir sobre él. Uno dijo:
-Probablemente ha
perdido a su animal favorito.
-No, lo más seguro es
que ande buscando a sus amigos –terció otro.
-Está ahí arriba para
disfrutar del aire puro –dijo el tercero.
Los tres viajeros no
pudieron ponerse de acuerdo y continuaron discutiendo hasta el momento en que
llegaron a lo alto de la montaña.
Uno de ellos
preguntó:
-Amigo que estás
encima de esa montaña, ¿has perdido a tu animal favorito?
-No, señor; no lo he
perdido.
El segundo también
preguntó:
¿Has perdido algún
amigo?
-No, señor, tampoco
he perdido a amigo alguno.
El tercero acentuó:
-¿Estás aquí sólo
para disfrutar del aire puro?
-No, señor.
-¿Entonces qué estás
haciendo aquí, ya que has respondido negativamente a todas nuestras preguntas?
El hombre de la
montaña respondió:
-Simplemente estoy
aquí.
¿Qué es la meditación? La meditación es estar en armonía, interior y
exteriormente. La meditación es estar en
armonía. Meditación es ser la armonía. El ser humano se ha perdido a sí
mismo porque ha perdido su armonía. Está en conflicto; tiran de él en distintas
direcciones a la vez. No es uno, sino muchos.
Ser muchos es estar en un estado no meditativo; no ser muchos, sino
simplemente uno, es estar en meditación.
Y cuando realmente sólo hay uno, cuando ni siquiera ese uno está ahí… En Oriente lo hemos llamado el
estado de no dualidad, y no el estado de unidad. Hemos tenido que inventar esta expresión –no
dualidad- para describir, para indicar que no es dual, eso es todo. Ya no hay dos, también han desaparecido los
muchos. Y con ellos también el uno. El
“uno” sólo puede existir entre los “muchos”.
El ser humano, por lo general, es
una multitud, un gentío. El ser humano
no es uno porque carece de integración.
Es todo fragmentos, no está junto, no es de una pieza. Meditar es ser de
una pieza, y cuando eres de una pieza estás en paz. Primero hay que alcanzar la armonía interior
y luego también podrá lograrse externamente.
Primero un ser humano debe convertirse en una armonía, y desde ahí debe
empezar a palpitar con la mayor de las armonías de la existencia.
Así pues, en la meditación hay
dos pasos. El primero es no estar en
conflicto interno con uno mismo, no permitir que el combate interior continúe:
la mente luchando contra el cuerpo, la razón contra el sentimiento, la
sensación contra la sexualidad. En el
interior tiene lugar un combate continuo, ¿te has dado cuenta? Hay una guerra continua; sin ningún
respiro. ¡Así claro que es imposible ser
feliz! A menos que esos elementos
cambiantes de tu interior te abracen, dejen de luchar, se enamoren uno de otro
o se disuelvan entre sí, no hay felicidad posible. La felicidad sólo es una esperanza. La felicidad es una sombra de la
armonía, sigue a la armonía. No hay otra manera de ser feliz. A menos que seas la armonía, ya puedes luchar
lo que quieras, que sólo lograrás sentirte cada vez más frustrado y miserable. Al igual que una sombra, la felicidad te
sigue cuando eres una totalidad armoniosa.
El primer paso tiene lugar en tu
interior; y una vez que te hayas convertido en una única palpitación, sin
divisiones, en una oleada de energía sin resistencias, sin inferior ni
superior, sin elección, sin evaluación, sin juicio, cuando seas simplemente
uno, entonces tiene lugar el segundo pasó.
Cuando eres uno puedes ver el uno; sólo puede verse entonces. Los ojos están despejados, se tiene
claridad. Cuando eres uno inmediatamente
ves el uno a tu alrededor. Ahora conoces
el lenguaje del uno. El lenguaje
múltiple ha desaparecido, ese ruido ya no está, el manicomio se ha ido, la
pesadilla ha acabado. Estás en silencio.
Y en ese silencio puedes disolverte inmediatamente en la existencia;
ahora puedes sintonizarte con la palpitación del propio universo. Ése es el segundo paso de la meditación.
El primero es difícil, el segundo
no lo es. El primero requiere esfuerzo,
mucho esfuerzo; el segundo es muy simple, casi aparece de manera
automática. El primero es como un ciego
al que se opera para que pueda ver. El
segundo es cuando ha finalizado la operación: los ojos están ahí, y el ciego
los abre y puede ver la luz y el mundo de luz y los millones de alegrías de
color, luz, belleza y forma que le rodean. El primer paso requiere esfuerzo,
el segundo llega inintencionado. El
primero se parece al yoga, mientras que el segundo es más como el zen… o, para
utilizar un paralelismo moderno, el primero se parece a Gurdjieff y el segundo
es más como Krishnamurti. Por eso digo
que el zen es el pináculo. El zen es la
última palabra. El yoga es el principio
del viaje, y el zen su fin.
Cuando eres uno, y de repente ves
la unicidad fuera, se disuelven todas las barreras. Entonces deja de haber “yo” y “tú”; entonces
sólo hay Dios, o verdad, o samadhi, o la palabra que sea… nirvana. La gente zen llama a este estado sonomama o
konomama, el estado de pura talidad, tathata. Uno simplemente es. Uno no hace
nada, no piensa nada, no siente nada, simplemente es. Esta talidad es la experiencia fundamental de
beatitud. Más allá no hay nada. Y ése es el objetivo, llegar a esa talidad es
la búsqueda, la eterna búsqueda, de todo ser. Antes de que podamos comprender
cómo alcanza esa armonía interna, debemos fijarnos muy bien en cómo nos hemos
llegado a convertir en una multitud.
¿Cómo nos ha caído esa calamidad encima?
¿Quién la ha creado? ¿Cómo ha
sido creada? A menos que sepamos cómo se
ha creado no habrá manera de deshacerla.
En una ocasión en que el Buda
llegó para su sermón matinal traía un pañuelo en la mano. Se sentó frente a sus diez mil monjes, y
empezó a hacer nudos en el pañuelo. Les
dejó a todos sorprendidos, porque nunca había hecho nada parecido. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se había olvidado del sermón? Pero por respeto permanecieron quietos y
siguieron observándole. Una vez que el Buda hubo hecho cinco nudos en el
pañuelo, dijo: -Quiero deshacer estos nudos.
Pero antes de hacerlo me gustaría hacer dos preguntas. Una, ¿es este pañuelo el mismo que antes de
tener los nudos? Ananda, uno de sus grandes discípulos, dijo:
-Bhagwan, en cierto modo es el
mismo porque los nudos no afectan su existencia. No añaden ni disminuyen nada. El pañuelo continúa siendo exactamente el
mismo, su cualidad es igual, sigue siendo un pañuelo. Pero no obstante, no es
el mismo, porque algo ha cambiado. Puede
que tenga o que no tenga un valor fundamental, pero ahora cuenta con algo
nuevo: esos cinco nudos. Está atado, y
así pues, ya no es libre. Ha perdido la
libertad. El pañuelo es el mismo pero ahora es un esclavo.
El Buda dijo:
-Muy bien, Ananda, eso es lo que
quería decirles a mis monjes. Cuando el hombre está dividido permanece en
cierto modo de la misma manera, y no obstante, ya no es el mismo. Ha perdido su libertad, su armonía, aunque
fundamentalmente nada haya cambiado. Sois dioses y diosas, nada ha cambiado;
sólo que el dios ha quedado atrapado tras la existencia de unos cuantos
nudos. Fundamentalmente sois tan libre
como un buda, existencialmente sois exactamente igual que yo, pero psicológicamente
no estáis donde yo estoy, no sois lo que es el buda. Existencialmente, todos somos budas, pero
psicológicamente habitamos mundos distintos y particulares… estos nudos. El Buda hizo a continuación la
segunda pregunta:-Monjes, tengo otra pregunta que haceros: ¿qué debería hacer
para deshacer estos nudos? Sariputta, otros de los monjes, se puso en pie y
dijo:
-Bhagwan, si queréis deshacerlos
permitid que me acerque, que los observe.
Porque a menos que sepa cómo se han anudado no habrá manera de saber
cómo pueden deshacerse. ¿Qué proceso se
ha utilizado para atarlos? ¿Cómo han
sido creados? Sólo sabiendo eso podrán
desatarse. Permitid que me acerque. Y no hagáis nada antes de que pueda mirar,
porque si hacéis algo sin saber cómo han empezado a existir los nudos, se
pueden llegar a crear nudos todavía más sutiles. Puede resultar todavía más difícil. Puede llegar a ser imposible desatarlos.
Y el Buda dijo: -Correcto,
Sariputta, eso es exactamente lo que quería decir. Antes de que uno comprenda
cómo realizar, debe entender qué es lo que le falta. ¿Cuáles son las causas de
su miseria? ¿Cómo llegó a estar
dividido? ¿Cómo sucedió tal imposible
que lo indivisible se halla dividido, que la beatitud absoluta se haya
convertido en miseria, que los dioses hayan caído prisioneros? ¿Cómo ha sucedido? El “cómo” debe llegar a
conocerse con muchísima precisión, así que primero exploraremos el “cómo”
conseguirlo.
Podemos empezar con Platón. Está en la base de la mente moderna. Con él empezó clara y lógicamente la
división. Debe haber existido antes que
él, pero nunca fue argumentada de manera tan lógica. Nunca fue expuesta antes por un genio como
Platón. Y desde entonces, durante estos dos mil años, la división ha llegado a
creerse. Y si uno cree ciertas cosas
durante dos mil años, esas cosas acaban por convertirse en una realidad. Una creencia tiende a convertirse en una
realidad. Una creencia hipnotiza, y poco
a poco empieza a funcionar como si fuese real.
Platón afirmó que el
comportamiento humano fluye desde tres fuentes principales: conocimiento,
emoción y deseo. Esta es la primera
indicación de una división nítida del ser humano. El ser humano está divido en
tres: conocimiento, emoción, deseo. El
conocimiento tiene su origen en la cabeza, la emoción en el corazón, y el deseo
en los ijares: cabeza, corazón y genitales, ésas son las tres divisiones. Claro está, la cabeza es la más elevada. El hombre que vive a través de sus genitales
es el más bajo; en la India lo llamamos sudra, intocable. Y el hombre que vive
en la cabeza es el más elevado; en la India lo llamamos brahmin. Y todo el resto está entre ambos, con
diversos grados de emocionalidad.
Estas tres divisiones no son sólo
una creencia. Han penetrado de manera
tan profunda en la consciencia humana que ahora la consciencia humana existe
como tres. Estás dividido, ya no eres
uno; ahora eres tres. Uno es el rostro
sexual, muy privado y que ocultas en la oscuridad. El segundo es el rostro emocional, que no es
tan privado, pero que sigue siendo particular, y sólo lo exhibes de vez en cuando. Si alguien muere y lloras, entonces está
bien. Pero por lo general no lloras ni
gimes, o lo dejas para las mujeres, porque no son criaturas tan elevadas como
el hombre.
El chovinismo masculino está por
todas partes. A la mujer no se la acepta
como brahmin, y son muchas las religiones que la han negado, que han dicho que
no será capaz de entrar en el reino de Dos como mujer. Primero deberá nacer como hombre, y sólo
entonces podrá ser creíble. Sólo el hombre entra en el paraíso; una mujer es
una criatura inferior. La mujer sólo
tiene dos centros, el sexual y el emocional; no tiene cabeza, no tiene cerebro,
carece de intelecto. Así que, claro está
puede llorar, gemir, reír y exhibir sus emociones y ser sentimental. El hombre
rara vez, en contadas situaciones, permite aflorar sus emociones.
El sexo es absolutamente privado;
las emociones son medio privadas y medio públicas; y el intelecto es
absolutamente público. Eso es lo que se
va enseñando por todas partes, lo que s exhibe.
Razón, lógica, conocimiento, eso es lo importante. Dos mil años más
tarde, Sigmund Freud vuelve de nuevo con la misma división. ¡Qué extraños compañeros de cama: Platón y
Freud! Pero de alguna manera, el hombre
ha llegado a aceptar tan profundamente las divisiones que se han convertido en
algo inconsciente. Freud también dice
que la razón es el rey, la emoción la reina y el sexo la sirvienta, y claro
está, ¡larga vida al rey! Destruye la sexualidad, destruye la emoción, y lleva
toda tu energía hacia la cabeza.
Permanece colgado en la cabeza. Pero sin sexo desaparece toda
alegría. Y sin emoción desaparece toda
suavidad y sensibilidad. Con la razón te
tornas seco como un desierto, una tierra baldía, en la que nada crece.
Leí la autobiografía de Charles
Darwin y di con el siguiente párrafo. Es
muy revelador. Darwin escribió: “La
poesía de muchos tipos me proporcionó gran placer de niño, incluso ya siendo un
joven. Antes, lo que me daba gran
alegría era la pintura y la música, que me encantaba. Pero desde hace muchos años no soportó leer
ni una línea de poesía. Lo he intentado,
pero me resulta tan intolerablemente aburrido que me provoca náuseas. También he perdido todo gusto por la pintura
y la música. Mi mente parece haberse
convertido en una especie de máquina que tritura leyes generales a partir de
grandes masas de hechos. No puedo
concebir cómo eso puede haber casado la atrofia de esa parte del cerebro de la
que dependen los gustos más elevados. La
pérdida de esos disfrutes es una pérdida de felicidad.
Así escribió en su vejez. Que había perdido todo gusto por la poesía;
de hecho, le daba náuseas. No toleraba
la música. No dice nada acerca del amor…
porque si la poesía le daba náuseas y la música se había convertido en algo
intolerable, el amor debía resultarle imposible. ¿En qué clase de hombre se convirtió
Darwin? Él mismo confiesa que se había
convertido en una especie de máquina. Eso es lo que le está sucediendo
a la mayor parte de la humanidad. Todo
el mundo se ha convertido en una máquina -en máquinas grandes y pequeñas, en
máquinas más o menos hábiles-, pero todo el mundo se ha convertido en una
máquina.
Y entonces todas las partes
negadas se te rebelan, provocando una guerra constante. No puedes destruir la sexualidad; puedes
trascenderla. Sí, pero no destruirla. Y tampoco puedes destruir tus emociones. El corazón sigue funcionando y tejiendo
sueños. Tal vez lo hace de manera
subterránea porque te muestras contrario a ello, tal vez desaparecen en el
subconsciente, en una oscura y profunda cueva, donde subsisten, pero siguen
vivos. Las emociones pueden
transformarse pero no destruirse. No
pueden destruirse ni el sexo ni el corazón.
Pero eso es lo que ha estado
haciendo la cabeza, que acostumbra a existir a expensas del corazón. Mata al corazón, al cuerpo, y luego vive como
un fantasma en una máquina. Es algo que
puede percibirse en todo el mundo.
Cuanto más educación tiene una persona, menos viva está. Cuanto más sabe, menos vive. Cuanto más fluida es en abstracciones y
conceptos, menos y menos fluye. Una persona confinada en la cabeza pierde su
jugosidad, pierde la alegría de vivir.
La observación de Charles Darwin es perfecta. Dice: “¿Qué es lo que me ha pasado? ¿Por qué he perdido toda mi felicidad? ¿Por qué ha desaparecido mi deleite y alegría?”.
Pues sucede porque os lleváis
toda vuestra energía a la cabeza, sin dejar nada a la sexualidad, porque
–permitid que os lo recuerde- toda la alegría proviene de la sexualidad. Cuando utilizo la palabra “sexualidad” no
sólo quiero decir genitalidad. Lo
genital es sólo una experiencia y expresión de lo sexual muy diminuta. Lo
sexual es algo enorme. Al decir sexualidad me refiero siempre que vuestro cuerpo está vivo, sensual,
cuando vibra y palpita, que es cuando os encontráis en un estado sexual. Puede que no tenga nada que ver con lo
genital. Por ejemplo, cuando bailáis
sois sexuales; un bailarín es sexual, la energía del baile es sexual. No es genital, porque puede que no penséis
para nada en el sexo, que lo hayáis olvidado por completo. De hecho, la sexualidad es cuando te olvidas
totalmente del sexo y te fundes en cualquier participación profunda con la
totalidad del cuerpo. Puede ser nadando
o corriendo, corriendo por la mañana.
Durante diez años estuve
corriendo ocho millas cada mañana y ocho más al anochecer, de 1947 a 1957.
Era una costumbre. Y corriendo llegué a experimentar muchas
cosas. Recorriendo dieciséis millas al
día habré dado la vuelta al mundo siete veces en esos diez años. Tras haber corrido la primera o segunda milla
llega un momento en que las cosas empiezan a fluir y dejas de seguir en la
cabeza; te conviertes en el cuerpo, eres el cuerpo. Empiezas a funcionar como un ser vivo, como
hacen los árboles y los animales. Te
conviertes en tigre, o pavo real, o un lobo; te olvidas de la cabeza. Te olvidas de la universidad, de los títulos,
y no sabes nada de nada, sólo eres.
De hecho, al cabo de tres o
cuatro millas, vas dejando de concebirte a ti mismo como una cabeza. Surge la totalidad. Uno se olvida de Platón, desaparece Freud, y
se esfuman todas las divisiones –porque eran superficiales- y en lo más
profundo de ti mismo se va afirmando tu unidad.
Al correr con el viento de cara a
primera hora de la mañana, cuando todo está fresco, cuando la existencia
empieza a disfrutar de una nueva alegría, cuando se empieza a bañar en el
deleite de un nuevo día –y todo es joven y fresco-, el pasado desaparece. Todo empieza a salir del profundo descanso de
la noche, todo es inocente, primitivo, y de repente desaparece incluso el
corredor. Sólo está el correr. No hay ningún cuerpo que corra, sólo el
correr. Y poco a poco ves que surge la
danza con el viento, con el cielo, con los tiernos rayos del sol, con los
árboles, con la tierra. Estás
bailando. Empiezas a sentir el pulso del
universo. Eso es sexual. Nadar en el río es sexual. Copular no es lo único que hay sexual;
cualquier cosa con la que palpita completamente tu cuerpo, sin inhibiciones, es
sexual.
Así que cuando utilizo la palabra
“sexual”, hago referencia a esta experiencia de totalidad. La genitalidad sólo es una de las funciones
de la sexualidad. Se ha convertido en
demasiado importante porque hemos olvidado la función completa de la sexualidad. De hecho, vuestros denominados mahatmas os
han convertido en muy, pero que muy genitales.
Toda la culpa la tienen vuestros santos y mahatmas, ellos son los
culpables, los criminales. Nunca os han
hablado de qué es la auténtica sexualidad.
Poco a poco, la sexualidad se ha
ido confinando a los genitales; se ha convertido en algo localizado, dejando de
ser total. La genitalidad localizada es
horrible, porque lo máximo que puede proporcionarte es un alivio; nunca podrá
darte un orgasmo. Eyacular no es tener
un orgasmo, las eyaculaciones no son orgásmicas, y los orgasmos no son una
experiencia cumbre. La eyaculación es
genital, el orgasmo es sexual y una experiencia cumbre es espiritual. Cuando se confina la sexualidad a
los genitales sólo puedes obtener alivio; sólo pierdes energía, pero no ganas
nada. Es algo estúpido. Es como el alivio que proporciona un buen
estornudo, pero nada más. Carece de
orgasmo porque no palpita todo el cuerpo.
No estás en una danza, no participas con tu todo, no es sagrado. Es muy parcial, y lo parcial nunca puede ser
orgásmico porque el orgasmo sólo es posible cuando está implicado todo el
organismo.
Cuando palpitas del dedo meñique
del pie a las puntas de los pelos de la cabeza, cuando palpitan todas las fibras
de tu ser –cuando bailan todas las células de tu cuerpo, cuando en tu interior
hay una gran orquesta, y cuando todo baila-, entonces hay orgasmo. Pero todo orgasmo no es una experiencia
cumbre. Cuando palpitas interiormente de
manera total, eso sí es un orgasmo. Cuando tu totalidad participa con la
totalidad de la existencia, entonces se trata de una experiencia cumbre. Y la gente se ha decidido por la eyaculación,
han olvidado el orgasmo y se han olvidado por completo de la experiencia
cumbre. No saben qué es.
Y como no pueden alcanzar lo más
elevado, se confinan a lo inferior.
Cuando se puede alcanzar lo más elevado, cuando puedes lograr lo mejor,
lo inferior empieza a desaparecer por sí mismo, de manera natural. Si me entiendes… el sexo se transforma, pero
no la sexualidad. Te harás más
sexual. ¿Dónde va a parar el sexo? Se convierte en tu sexualidad. Te convertirás en más sensual. Vivirás con más intensidad, con más ardor;
vivirás como una gran ola. Las olitas
desaparecerán. Te convertirás en una
tormenta, en un enorme viento que sacudirá los árboles y las montañas. Será como una marea, como una inundación. Tu
vela arderá por ambos extremos a la vez, de manera simultánea.
Y en ese momento -aunque sólo
puedas vivirlo durante un momento, será más que suficiente- probarás la
eternidad. La división ha persistido en las
mentes de filósofos, pedagogos, políticos y pundits desde los tiempos de Platón
hasta Freud. Esa división se ha
convertido ahora en algo casi real. No piensas en tus genitales como si fueses
tú, ¿verdad que no? Empiezas a pensar
como si se tratase de algo que te pertenece, pero de lo que estás
separado. Hay gente que incluso le pone
nombre a sus genitales. Entonces la separación ya es completa. Los utilizan
como instrumentos. Uno no es los genitales, sino que los usa; la división es
entonces completa e irremediable.
Siempre piensas en ti mismo como
si fueses la cabeza, considerando el resto del cuerpo como algo separado.
¿Alguna vez has pensado en ti mismo siendo los pies, las manos, la espalda, o
la sangre que circula por tu interior?
No. Tu identidad permanece en la
cabeza; la cabeza es el rey. ¿Y quién
quiere identificarse con el esclavo, con el sirviente… o tan siquiera con la
reina? La teología ha evolucionado partiendo de esta división, recuérdalo. Primero es la cabeza, luego el corazón y en
tercer lugar están los genitales. Dios
sólo tiene la primera; lo segundo y tercero no existen. Dios no tiene emociones
ni sexualidad. Esa es la definición de Dos de casi todas las religiones,
excepto en el zen.
También está el santo. El santo
cuenta con lo primero y lo segundo, pero no con lo tercero. Tiene razón, intelecto, intelectualidad,
emociones y corazón, pero no sexualidad. A continuación viene el ser humano
normal y corriente. Tiene las tres cosas, primera, segunda y tercera. Luego
está el pecador. Carece de la primera
–de inteligencia, intelecto, razón o cabeza-, y sólo cuenta con la segunda y
tercera: emociones y sexualidad. Y en último lugar está el diablo,
que sólo tiene la tercera. Las dos
primeras están ausentes: no hay razón ni emoción, sólo sexualidad. Por ello, en Oriente, y sobre todo en la
India, el nombre del diablo es Kama Deva, el dios del sexo. Totalmente acertado. Así que ésta es la división
teológica: Dios, sólo cabeza; demonio, sólo sexo. El pecador se acerca más al
demonio y tiende a ir al infierno; el santo está más cerca de Dios y se halla
destinado al cielo. Y entre ambos está
el pobre hombre, que cuenta con las tres cosas, y que claro está, sufre más
conflictos que los otros tres. Cuando
tienes las tres cosas, también tienes más conflictos.
Pero ese no es un concepto zen.
Es cristiano, musulmán, hinduista, pero no zen.
El zen cuenta con una comprensión radical de la vida, una comprensión
fresca. El zen dice que Dios es el todo,
por lo que Dios tiene las tres cosas, pero carece de conflicto. Las tres mantienen una profunda armonía entre
sí, bailando juntas. No se pelean, sino
que se abrazan. Y eso es trascendencia.
Como no hay conflicto, hay trascendencia. En Dios el sexo se torna sensualidad. Dios es sensual. El sexo cobra vida, se convierte en
divertido, alegre, en un juego. Las emociones se tornan sensibilidad, compasión y amor. Y la razón se convierte en
comprensión, consciencia y meditación. Se trata de una perspectiva del
todo distinta. No se niega ni excluye nada.
El zen lo abarca todo. Nunca dice
no a nada; lo acepta todo y lo transforma en una realidad más elevada. Es muy sinérgico. El zen es una plenitud sinérgica. Todas las energías deben reunirse y
convertirse en una. Nada debe negarse,
porque si niegas algo serás ese algo menos rico.
Piensa en un dios –en el dios
cristiano- que no tiene sexo, ni emociones. ¿Qué clase de dios puede ser? Al tener sólo intelecto sería un poco rígido. ¡Para eso podrías venerar a un
ordenador! Un ordenador, eso es lo que
es el dios cristiano; sólo la cabeza. Un
ordenador es una cabeza magnificada, y tarde o temprano haremos ordenadores
mayores y mejores. Un día acabaremos
construyendo el ordenador perfecto. Será
exactamente lo que se ha propuesto que sea ese dios, sólo la cabeza. El
ordenador carece de sensualidad, de sexualidad y de emociones. El ordenador no
llorará si alguien muere, el ordenador tampoco reirá, ni lo celebrará si
alguien nace, y el ordenador no se enamorará.
¡El ordenador no es tan tonto! Un
ordenador es sólo cabeza, pura cabeza.
Imagínatelo… Te han sacado la cabeza fuera del cuerpo, fuera de tu
totalidad, que ahora palpita en un sitio mecánico, alimentado por
máquinas. Y lo único que tienes que
hacer es pensar, y pensar y nada más que pensar. Eso es lo que ha estado haciendo Dios.
Pero no según el zen. El universo, la totalidad, es tan rica que lo
incluye todo. La diferencia entre Dios y
el ser humano no es que Dios tenga una cosa y el ser humano tres; la diferencia
es que el ser humano tiene tres que se pelean y Dios tiene tres en
armonía. Esa es la única
diferencia. Que no sabes cómo armonizarlas. El día que lo sepas serás un dios. Cuentas con todo lo que básicamente se
requiere para ser un dios. Es casi como
dicen los sufíes: tienes la harina, el agua, la sal y el aceite, y el fuego
está encendido y estás ahí sentado, hambriento, y sin saber cómo hacer pan. El hambre no desaparecerá a menos que hagas
pan. El hambre no desaparecerá a menos
que hagas pan. ¿Qué es el pan? Está hecho a base de agua, harina, aceite,
sal y también cuenta con el elemento fuego.
Así puedes digerirlo. Lo mismo te ocurre a ti. Cuentas con todo lo que necesitas para ser un
dios y tienes hambre. Dispones de todo
lo necesario, no te falta nada, pero no sabes cómo convertirlo en una plenitud
sinérgica.
Para el zen, espiritualidad
significa totalidad; para el zen, sagrado significa totalidad. Incluye y transforma todo; todo debe ser
incluido y trascendido. Cuando se
incluye todo surge un equilibrio. Y eso
significa exactamente que las cosas son iguales. El sexo no es la sirvienta, ni
el corazón la reina, ni la razón o la cabeza el rey. Todos son iguales. Permite
que te lo repita. A menos que pienses en
términos de igualdad, nunca alcanzarás el equilibrio. Todas las partes son iguales. Ninguna de ellas es el amo y señor, ni la
criada.
Esa es la revolución zen: todas
las partes son amos y señores y criadas.
Hay momentos en que el sexo se sienta en el trono, y hay otros en los
que las emociones ocupan ese lugar, y aun otros en los que la razón está
entronizada, pero ninguno de ellos lo está de manera permanente, sino que tiene
lugar una rotación. Eres una rueda en
rotación, y esas tres partes son los radios.
A veces uno de los radios aparece arriba y otras veces abajo, pero los
tres sostienen la rueda. Ese debe ser el
significado de la trinidad cristiana, y el de la trimurti hinduista, los tres
rostros de Dios; un Dios detrás de todo, con tres rostros. Ninguno es el rey, ni la reina, ni la
sirvienta; todos son señores y sirvientes.
Eso significa que nadie es amo y nadie sirviente, sino que son juntos;
se sostienen entre sí, viven entre sí, y entre ellos existe una gran amistad.
Entabla amistad con tus tres
elementos. No te identifiques sólo con
uno, o empezarás a quererlo instaurar en el trono para siempre. Entabla amistad con los tres, respeta a los
tres y recuerda que eres los tres, y que no obstante estás en el centro de
todos ellos. Imagina un triángulo: uno de los
ángulos es la sexualidad, otro es la emocionalidad, y el restante es la
intelectualidad. Y en el interior del
triángulo está el centro de consciencia: tú.
Cuando los tres conducen a ti, a tu consciencia, a tu atención, eso es
la meditación. A través de esa armonía,
de esa plenitud, llegas a casa. Así que recuérdalo, no hay que
excluir nada. La vida debe ser rica,
equilibrada y trascendente; la vida debe ser una plenitud sinérgica. Todas tus partes deben ser colmadas. Y la única manera de conseguirlo es
mantenerlas juntas y que se ayuden entre sí.
Si van por separado permanecerán frustradas.
Y eso es lo que ha ocurrido: tu
cabeza no está satisfecha, tu corazón no está satisfecho, tu sexo no está
colmado. No eres más que una frustración de pies a cabeza, un descontento, un
ansia, una sed. Vas tropezando en la oscuridad, buscando algo que te
colme. Pero no hallarás nada a menos que
en el interior surja la armonía.
Y esos son los tres caminos a
través de lo que llegar. Unas cuantas
personas entran a través del sexo: es decir, del camino del Tantra. Otras entran por el camino de la devoción: es
el sendero del corazón, de las emociones, bakti-yoga. Quienes entran por el sexo siguen el Tantra
yoga; quienes siguen las emociones lo hacen a través del bakti yoga, el sendero
del devoto. Y aquellos que entran
mediante el intelecto, la inteligencia, siguen el camino del conocimiento,
jnaña-yoga. Esos son los tres senderos,
y todas las religiones del mundo están de alguna manera divididas en estos
tres.
Por ejemplo, vedanta, jainismo y
budismo siguen el camino de la cabeza; entran a través de la inteligencia, la
comprensión, la atención. Siguen el
camino de jnaña, del conocimiento.
Hinduismo, cristianismo e islam siguen el camino de las emociones,
bhakti. Entran por el corazón. El tantra sigue el camino del sexo, es el
yoga del sexo. Esas son las tres posibilidades.
Y el zen es una síntesis de todas
ellas. El zen es Tantra, devoción y
conocimiento. El zen dice que pueden combinarse
las tres, que no es necesario elegir.
Uno puede no elegir y utilizarlas todas -toda la rueda, todo el
triángulo- para ir hacia el interior. No
existe un único medio ni un solo camino.
Ninguna de las rutas es mejor que las otras. Sigue cualquier camino, permanece indiviso;
sigue cualquier ruta, pero no te identifiques con la ruta. Permanece abierto a todos los demás caminos.
Recuerda sierre que uno puede
entrar por los tres, así que no condenes a nadie. Si alguien sigue el camino del tantra, que de
ti no salga condena alguna, porque esa condena sólo demostrará que estás
condenando tu propia sexualidad, y nada más.
Si alguien sigue el camino de la devoción, no le condenes, porque esa
condena sólo querrá decir una cosa: que estás negando la influencia de tu
propio corazón. Y eso se convertirá en
un obstáculo, te bloqueará.
Ahora contaré una anécdota
preciosa. Es una de las más bellas. El zen cuenta con historias preciosas, pero
ninguna comparable con ésta. Si tuviera
que elegir una de entre todas las historias zen, elegiría ésta. Me gusta muchísimo desde hace muchos años.
Érase una vez que había un hombre
sobre una elevada montaña.
Estas historias son
metafóricas. Intenta penetrar las
metáforas. Un hombre sobre una elevada
montaña significa un hombre que ha llegado.
La montaña es la montaña de la vida y la existencia. Un hombre de pie sobre una elevada montaña
significa uno que observa las montañas, que puede mirar a su alrededor; todos
los valles y caminos que conducen a lo alto de la montaña están ahora frente a
él. Desde ahí todo es posible; la visión
es total, puede verse en todas las direcciones.
Cuando estás en el valle no dispones de una visión tan amplia. Cuando recorres el camino, no puedes ver la
totalidad de tu sendero. No puedes ver a
otros desplazándose por otros senderos.
Te hayas confinado en un espacio muy estrecho. Cuanto más subes, más espacio tienes.
Cuando alcanzas la montaña más
elevada, cuando subes el Everest, cuando estás allí, tienes a tu disposición
todo el Himalaya. No sólo puedes ver el
sendero por el que viajaste, sino que ahora ves todos los senderos, todos los
caminos posibles que ascienden hasta la cumbre.
Ahora puedes incluso ver aquellos que te eran hostiles, o con los que te
mostrabas antagónico. Ahora los ves,
moviéndose, ascendiendo hacia el mismo pico.
Ahora desaparecen todas las distinciones, se descartan todas las
filosofías, todas las identificaciones carecen de sentido. Un hombre es libre porque su visión es
completa.
Érase una vez que
había un hombre sobre una elevada montaña.
Esta montaña es de
vigilancia, de meditación, es la montaña de la meditación.
Tres viajeros, que
pasaban a lo lejos, se fijaron en él…
Son los tres viajeros
de los que he hablado, las tres divisiones del ser humano.
Tres viajeros, que
pasaban a lo lejos, se fijaron en él…
Claro está, se hallan
todavía muy lejos de la cima, y por ello surge la distinción. La distancia es tan grande que ellos sólo
pueden imaginar inferir.
Tres viajeros, que
pasaban a lo lejos, se fijaron en él y empezaron a discutir sobre él.
Sí, muchos de vosotros habéis
visto a un Buda en alguna ocasión y también muchos habéis visto a un Cristo;
también muchos os habéis cruzado con un Mahavira o un Zaratustra, y habéis
discutido mucho sobre ellos. Pero la
distancia era grande cuando digo
distancia no me refiero a la distancia física, pues puede que no existiese
ninguna.
Cuando el Buda fue a hablar con
su padre se hallaban de pie uno frente al otro, sin distancia que los separase,
pero existía una distancia infinita. El
Buda decía una cosa y su padre decía otra.
El padre no le hablaba al Buda, sino a su hijo, que ya no estaba presente. Le hablaba al pasado, que había desaparecido.
El hijo había abandonado el palacio y había muerto, del todo; en él había
nacido una nueva consciencia, se trataba de una resurrección. Pero no podía verlo, estaba demasiado
obnubilado con el pasado, con su propia rabia, obnubilado porque este chico le
había engañado en su vejez.
El Buda era hijo único, y había
nacido en la vejez de su padre. Por ello
el padre sentía hacia él mucho apego. El
Buda sería su heredero, recibiría todo el reino paterno. Y su padre envejecía y estaba
preocupado. Su hijo se había convertido
en un mendigo… y estaba enfadado, claro natural. El hijo se presenta, pero no sólo se
presenta, sino que intenta convencer al padre de que debería hacer lo mismo, de
que debía seguirle. Ya podéis imaginaros
lo enfadado y molesto que debe haberse sentido.
Gritaba y decía que el Buda le había traicionado.
Y el Buda le dijo:
-¿A quién le habláis, señor? El hombre que era vuestro hijo ya no
está. Miradme. ¿Quién está frente a vos? No soy el mismo hombre. Hay algo fundamental que ha cambiado. Se trata de otra persona, señor.
El padre se rió y dijo:
-¿Intentas tomarme el pelo? ¿De qué estás hablando? ¿Es que te has vuelto loco? ¿Crees que lo estoy yo? Tú eres mi hijo, el mismo hijo que se
marchó. Reconozco tu rostro. Mi sangre corre por tus venas. Te conozco.
Te conozco desde el primer día. ¿Cómo podría olvidarlo? ¿Cómo podría estar equivocado?
Y así siguió el
malentendido. El Buda sonrió y dijo:
-Escuchadme, señor. Sí, habéis dado la vida a un hijo y puede que
por su interior siga fluyendo la misma sangre, pero la consciencia es
distinta. Yo hablo de consciencia, hablo
de mí, de mi centro. Es totalmente
distinto. Solía estar a oscuras, y ahora
hay luz. Escuchadme… os ha llegado la
vejez, me doy cuenta. Tembláis y no
podéis manteneros bien en pie. Tarde o
temprano llegará la muerte. Pero antes
de que llegue la muerte, meditad. Antes
de que la muerte llame a vuestra puerta, intentad saber quién sois.
El diálogo continúa… y la
distancia entre ambos es tremenda.
Cuando digo “distancia” no quiero decir distancia física. Sí, os habéis cruzado con una Buda, un
Cristo, un Ramana Maharshi o un Ramakrishna, sí, lo habéis hecho, y los habéis
observado muy de cerca, pero seguís discutiendo sobre ellos. Están ahí, de pie, a mucha distancia, sobre
una lejana montaña, y todo lo que digáis es irrelevante porque sólo son
conjeturas.
Tres viajeros, que pasaban a lo
lejos, se fijaron en él y empezaron a discutir sobre él.
Eso es todo lo que hacemos acerca
de los budas, discutir, en contra o a favor.
Y todo lo que decimos de ellos son tonterías. No importa si alabamos o condenamos. Todas
vuestras alabanzas carecen de sentido, al igual que las condenas, porque no
podéis ver qué le ha sucedido a un Buda.
Para verlo, hay que convertirse en uno. No hay manera de ver la
subjetividad ajena como un objeto; no es algo que pueda hacer la mente
objetiva. Se trata de un fenómeno
interior, tan interior, que no puede verse desde el exterior. Hay que penetrar en ello, hay que ser ello. Así que discutieron y
discutieron.
Uno dijo:
-Probablemente ha
perdido a su animal favorito.
Esa es la razón,
siempre hablando de posesiones de la casa, el coche, el animal, la granja, la
fábrica, de dinero, de poder y prestigio.
Esa es la razón. La razón es una
acaparadora, una miserable. Siempre
piensa en términos de poseer, de tener.
Ésta es una historia
simbólica, de una metáfora. El primer
hombre dice:
-Probablemente ha
perdido a su animal favorito.
La razón no puede pensar en nada
más. Si observas a un meditador, sentado
en silencio, y tú eres una persona confinada en tu razón, ¿qué creerás que está
haciendo? Pensarás que tal vez esté
pensando en una nueva fábrica o en cómo ganar las elecciones, o en cómo
conseguir que aumente su cuenta en el banco.
Sólo podrás pensar en eso. En eso
es en lo que tú piensas. ¿En qué pensarás si te sientas
tranquilamente? Pues lo mismo inferirás
que hacen otros. No hay otra manera.
Permaneces confinado en tu mundo.
Y cuando dices algo acerca de algo, en realidad lo dices sobre ti.
Ese hombre está diciendo:
“Probablemente ha perdido a su animal favorito”. Si ese hombre hubiera estado allí en la
montaña, podría haber sido el caso de que hubiera perdido su vaca y estuviese
en lo alto de la montaña tratando de saber dónde estaba. Tal vez se le hubiera perdido la vaca. Y para encontrarla habría subido a la montaña,
pero sólo por esa razón. Incluso cuando
se halla en la cumbre del Everest lo único que hace es buscar una vaca perdida,
no a Dios, recuérdalo.
Cuando Edmund Hillary alcanzó la
cima del Everest no iba en busca de Dios, desde luego. Qué situación la suya, en una tierra virgen,
en la que nadie había penetrado todavía… y él fue el primer hombre. Una cualidad virginal así es difícil de
hallar ya en la tierra. Debería haberse
puesto a meditar. Pero ¿qué es lo que
hizo? ¿Lo sabéis? Plantó unas banderas. Qué mente tan estúpida. Alcanzar tal altitud, en un espacio virgen en
el que nadie había entrado nunca, donde nunca habían llegado las ondas mentales
de nadie, un espacio no afectado por la mente… podría convertirse en una
situación de satori. Pero Edmund Hillary
plantó banderas, y seguro que pensó: “Ahora soy el primer hombre, el primero en
la historia que ha llegado aquí. Ahora
seguro que entraré en los libros de historia.
Lo he conseguido”.
Se trata de una mente
egoísta. ¿En qué otra cosa podría
pensar? Seguro que fantaseó acerca de
que su nombre iba a recorrer todo el mundo en la primera página de todos los
periódicos. Eso es lo que andaba
buscando, y nada más. Mira que perder
una situación tan valiosa, para nada. Ese hombre dice: “probablemente ha perdido a su animal
favorito”, y está diciendo algo sobre sí mismo.
Si él hubiera estado ahí, sólo habría buscado un animal. Sólo por ese motivo habría subido tan alto. Hay mucha gente que llega y me
pregunta: “¿Si meditamos será beneficioso para el mundo?”. Aunque vengan a meditar preguntan si será
beneficioso, de provecho para el mundo. “Estoy atravesando dificultades
económicas –me cuentan otros-. ¿Si
medito me ayudará a encontrar una salida?”.
Aunque vayas hasta la cima de una montaña te llevarás contigo tu
afición. Eso es la razón, la
cabeza. La cabeza es la cosa más tonta
de todo tu ser, porque se preocupa de tonterías. Nada de lo que te pasa por la cabeza tiene
valor alguno. Es una cacharrería.
-No, lo más seguro es que ande buscando
a un amigo –terció otro. Éste es el hombre de corazón;
ésta es la metáfora del corazón. Dice:
“No, no está ahí por una propiedad, sino buscando a un amigo. Ésa es una tendencia hacia el corazón, amor,
amistad, compasión. Tal vez se haya
perdido un amigo. Ese hombre está
mostrando algo sobre él. Ese es el
corazón que piensa. El corazón tiene más
compasión que la cabeza; la cabeza es muy dura.
La cabeza es agresión, la cabeza es un violador. Y nos han formado para ser violadores porque
sólo nos han formado en la cabeza: ambición, ego, agresión. Todos violan la naturaleza, cómo violar a los
demás, cómo violar a todo el mundo, cómo ser agresivo y cómo demostrar que eres
Alejandro Magno, Adolf Hitler o algún otro estúpido. Todo lo que enseña la educación es ambición,
y la ambición es violación.
El corazón tiene más compasión,
más poesía, es más metafórico, cuenta con un poco de amor y amistad. El segundo hombre dice: “No, lo más seguro es
que ande buscando a un amigo”. Un amigo
se ha perdido. El hombre está diciendo
algo acerca de sí mismo: “Si tuviera que subir a esa montaña, no lo haría en
busca de ninguna propiedad. Si tuviera
que llegar a ese extremo, si tuviera que pasar por ello, sólo lo haría por un
amigo. Sí, podría hacer todo eso, pero
sólo por un amigo, sólo por amor”. -Está ahí arriba para disfrutar del
aire puro -dijo el tercero. Eso es la sexualidad. La sexualidad es alegría, diversión. Intenta comprender. Has convertido t
sexualidad también en trabajo. La gente
hace el amor como si estuviera cumpliendo un deber. Hay mahatmas -Mahatma Gandhi, por ejemplo-,
que dicen que hagas el amor sólo cuando quieras procrear. Esa es la cabeza tratando de dominar el
sexo. Así que sólo haz el amor cuando
quieras procrear. Como si la sexualidad
no tuviese otra función, cómo si sólo fuese una fábrica. Cuando quieras procrear vale, dedícate a ello
obedientemente, hazlo hábilmente y acaba con ello.
Para Mahatma Gandhi y otra gente
como él, hacer el amor sólo por diversión es un pecado; lo llaman pecado. Para gente así –masoquistas-, para gente así,
cualquier cosa que huela a alegría es un pecado. No hagas nada por alegría,
hazlo con algún propósito. Esa gente son
negociantes. Mahatma Gandhi provenía de
una familia de negociantes; era un vaishya, un comerciante. Y siguió siendo comerciante hasta el fin de
sus días, muy calculador e inteligente.
Pero todo debía tener un propósito, incluso el sexo. No puedes amar a tu mujer o a tu hombre sólo
porque te proporciona alegría, sólo porque haya luna llena, o porque la playa
es hermosa, o porque el mar ruge de manera tremenda, o sólo porque llueva de
forma maravillosa, o porque quieras celebrar tus energías. No. Gandhi diría que no, que sería un pecado. Hasta, y a menos, que sea con cierto
propósito –para procrear- no hagas el amor. Pero en realidad, la función
básica de la sexualidad es divertirse, auténtica alegría. Es diversión, no es un negocio ni un
trabajo. Es puro juego, es jugar. Es ser feliz con tu energía, compartir, es
una celebración.
Así que el tercero dice: “Está
ahí arriba para disfrutar del aire puro”. Para el primero eso es una solemne
tontería. ¿Para disfrutar del aire
puro? La gente como Mahatma Gandhi ni
siquiera da un paseo por la alegría de darlo, sino por cuestiones de
salud. Esa es la mente orientada hacia
los negocios, que lo inunda todo: y entonces dice que va por cuestiones de
salud. Recuerda que eso son cosas muy
nimias. No te conformes con tales
cosas. La salud es un subproducto. Si vas a dar un paseo para disfrutar del aire
puro, la salud ocurrirá, por así decirlo; no es necesario preocuparse por ello,
ni convertirlo en un objetivo. Disfruta
del aire puro, disfruta del sol, del cielo, disfruta de correr, y la salud
tendrá lugar como un producto colateral. No necesitas buscarla. Si la buscas
adrede lo acabarás fastidiando. Entonces
se convertirá en un trabajo, tendrás que hacerlo, y no disfrutarás.
Y recuerda que nadie disfruta
haciendo ejercicio. ¡Nunca hagas ningún
tipo de ejercicio! Disfrútalo, pero no
lo hagas como ejercicio. La propia
palabra resulta sucia. ¿Ejercicio? Baila, canta, corre, nada, pero no hagas
“ejercicio”. El ejercicio viene de la
cabeza. El baile viene del centro
sexual, que es el más primordial de los que tienes. Tu propia base se asienta ahí. La cabeza es una recién llegada.
El corazón llegó antes; y antes que éste lo hiciese, ahí estaba el sexo. Naciste en la sexualidad. Tu padre y tu madre hacían el amor cuando te
concibieron. Tu primer movimiento en el mundo fue a través del sexo, y el
último también será por él. Cuando finalice
la energía sexual que te concedieron tus padres, morirás. Podrás utilizarla durante setenta años, es tu
fuerza motriz.
Pero se irá disipando
poco a poco, hasta que un día acabe desapareciendo, y entonces morirás,
volverás a desaparecer. Tendrás que
esperar a que alguien vuelva a hacer el amor para así meterte en algún otro
vientre. Llegas al mundo a través del amor.
El amor es la puerta por la que accedemos a la existencia y por la que
salimos. El sexo es lo primero que
llega; la cabeza llega bastante más tarde.
El sexo sigue siendo nuestro “sótano”, y la cabeza es como un ático”.
-Está ahí arriba para
disfrutar del aire puro- dijo el tercero.
Los tres viajeros no
pudieron ponerse de acuerdo y continuaron discutiendo…
Nunca se pusieron de
acuerdo, no podían.
Y continuaron
discutiendo hasta el momento en que llegaron a lo alto de la montaña.
La discusión sólo se detiene al
llegar a lo alto de la montaña, nunca antes.
Porque sólo cuando empiezas a ver la realidad tal cual es se deja de
discutir, si no, las conjeturas continúan.
Cuanta más distancia exista entre ti y la realidad, más discusión, más
teorías filosóficas. Cuanta menos
distancia menos discusión. Cuando estás
cara a cara, cuando llegas, la discusión cesa.
Cuando llegaron junto al hombre que se hallaba allí, dejaron de
discutir.
Uno de ellos preguntó:
-Amigo que estás
encima de esta montaña, ¿has perdido a tu animal favorito?
-No, señor, no lo he
perdido.
La discusión se detuvo, pero la
costumbre seguía ahí. Ahora ya no
discutían; no tenía sentido porque podían preguntar directamente, así que ¿qué
sentido tenía seguir discutiendo? Si se
puede ver directamente, no tiene sentido continuar discutiendo y conjeturando. Pero los viejos hábitos continúan
vivos. En lugar de preguntarle qué está
haciendo, el primer hombre preguntó: “Amigo que estás encima de esta montaña,
¿has perdido a tu animal favorito?”. El
viejo hábito persiste hasta el final.
Incluso cuando no tiene sentido, cuando puedes preguntarle directamente
qué está haciendo, la mente no quiere llegar de manera directa a la realidad, y
utiliza medios indirectos, los viejos hábitos.
Tiene sus propias formas y formalidades.
El hombre está tratando de demostrar que tiene razón.
Recuerda: incluso cuando estés
frente a Dios, seguirás intentándolo: “Mi cristianismo es correcto, mi
hinduismo es correcto, mi islam es correcto”.
También le preguntarás a Dios: “¿Verdad, Señor que sois un Dios
cristiano?”. Seguirás cargando con tus
Evangelios e intentarás que Dios acabe diciendo: “Sí, soy el Dios de los
Evangelios”. Y el hinduista preguntará:
“Señor, ahora estoy frente a ti. ¿No es cierto que eres tú quien escribió los
Vedas, y que tú eres el auténtico Dios de los hinduista?”, y así, sin parar…
Uno de ellos preguntó:
-Amigo que estás
encima de esta montaña, ¿has perdido a tu animal favorito?
-No, señor, no lo he
perdido.
Cuando no haces una pregunta
directa de manera natural, obtienes una respuesta negativa, recuérdalo. La gente zen insiste mucho en ser
directo. Si preguntas directamente,
recibe una experiencia positiva; si preguntas de manera indirecta, recibes
naturalmente una respuesta negativa, una respuesta que es relevante. Porque no has preguntado: “¿Qué estás
haciendo?”, sino: “¿Has perdido a tu animal favorito?”. Y claro, el hombre dice: “No, señor, no lo he
perdido”. Nunca le hagas a la realidad una
pregunta indirecta, y nunca preguntes a la realidad con algún prejuicio; si lo
haces recibirás un “no” por respuesta.
Pregunta directamente. Desecha la
mente, todos tus prejuicios, presuposiciones, filosofías, y pregunta de manera
directa. Eso es lo que quiere decir el
zen con lo de mirar directamente en la naturaleza de las cosas.
El segundo también preguntó:
-¿Has perdido algún
amigo?
-No, señor, tampoco he
perdido amigo alguno.
El segundo no aprendió nada del
primero, y recibió una respuesta negativa.
Somos tan tontos que no acabamos de aprender. Persistimos en nuestros hábitos. Porque este segundo debería haber aprendido a
no hacer una pregunta indirecta, pero la hizo.
El cristiano ha fracasado, y llega el hinduista y fracasará, y el
musulmán también, igual que el jainista.
Y todos ellos repetirán el mismo error.
-No, señor, tampoco
he perdido amigo alguno.
El tercero aventuró:
-¿Estás aquí sólo para
disfrutar del aire puro?
El tercero, en vez de haber
aprendido algo de los dos primeros, cree tener más posibilidades, claro,
natural; ahora que a los otros dos les han dado una negativa, él está más cerca
de tener razón. ¿Qué más posibilidades
podrían existir? Sólo hay tres: la razón
ha fracasado, la emoción ha fracasado.
Así que sólo hay una más: que el sexo tenga razón. El sendero del conocimiento ha fracasado, el
de la devoción también, y ahora sólo queda uno: el tantra, que deberá alzarse
victorioso.
El tercer hombre debía sentirse
muy esperanzado, casi confirmado. ¿Qué
otra cosa podría decir aquel hombre en lo alto de la montaña? Tendría que admitirlo.
Pero uno nunca conoce la
realidad. La realidad es tan vasta que
nunca está confinada a un solo camino, ni en una frase. La realidad es tan total que ningún camino puede proclamarla suya por
completo. El tercer hombre no aprendió
que dos partes, que eran más inteligentes, habían fracasado. La razón, la más inteligente de las tres, que
no ha hecho más que pensar y pensar durante siglos, creando nuevas filosofías,
ha fracasado. Y el corazón, que es más
elevado que el sexo, más cercano a la cabeza que el sexo, justo entre ambos, ha
fracasado.
Y claro, cuando estás entre ambos
tienes más comprensión porque estás en el medio, en el camino del medio. Puedes
mirar a ambos lados, no eres un extremista.
Puedes ver la cabeza y puedes ver el sexo porque estás justo entre
ambos. Pero el corazón sí puede ver
ambos caminos, de manera que tiene más probabilidades de ser más sabio que la
cabeza. La cabeza es más conocedora,
pero el corazón es más sabio. Y no
obstante, incluso el más sabio ha fracasado.
Y el sexo, que no tiene inteligencia, que carece de la posibilidad de
ser sabio, de ser tan sabio como el corazón…
No obstante, a veces sucede que donde los ángeles temen adentrarse, los
locos entran de cabeza.
El tercero aventuró:
-¿Estás aquí sólo
para disfrutar del aire puro?
-No, señor.
-¿Entonces qué estás
haciendo aquí, ya que has respondido negativamente a todas nuestras preguntas?
Se lo debieron de
preguntar todos a la vez. Esa debió
haber sido la primera pregunta, en lugar de la última.
El hombre de la
montaña respondió:
-Simplemente estoy
aquí.
“Sólo soy. No estoy haciendo nada –les dijo el
hombre-. Soy el centro del
triángulo”. Sólo ser. Eso es meditación. No hacer nada de nada –ni pensar, ni sentir,
ni ser sexual; ni en el cuerpo, ni en el corazón, ni en la cabeza-, no estar
confinado en ningún sitio, sólo estar en el centro del triángulo. El triángulo es la trinidad, los
tres rostros de Dios, y en el centro está el propio Dios. Dios no hace nada, Dios es sólo ser. Ser es
ser en meditación. Y cuando se llega a
este centro, los tres viajeros poco a poco empiezan a hacer preguntas directas.
La historia acaba porque
realmente finaliza ahí, no puede continuar.
Los tres debieron de quedarse mudos.
No podían concebir tal posibilidad
esa era la cuarta posibilidad –los hinduistas la llaman turrilla, el
cuarto-, que no puede ser concebida por la razón, el corazón o el sexo. No puede concebirse. Puede vivirse, pero no concebirse. No hay manera de verla desde ningún
ángulo. Cuando se abandonan todos los
ángulos, cuando se está totalmente desnudo, carente de todo prejuicio, sin
ninguna vestimenta, cuando se está en completo silencio, entonces se ve.
Al escuchar este “Simplemente
estoy aquí”, los tres centros debieron de quedarse mudos. Ni siquiera podían haber soñado una respuesta
tal. No hay animal, ni amigo, ni aire
fresco, nada de todo eso… debió ser una conmoción. Cuando llegas por primera
vez a tu mundo meditativo, todos los centros se quedan mudos. La razón se aquieta, y no hay palabras que se
agiten; el corazón se sosiega, y las emociones ya no te turban; el sexo se
calma, y no surge más sexualidad. Al ver la realidad, todo se torna silencio.
Esa declaración: “Simplemente
estoy aquí”, es la definición de meditación.
Una vez se ha llegado a este punto,
uno se convierte en armonía interior.
Es el primer paso, la parte yóguica, la parte “gurdjiéffica, la parte
del esfuerzo, de la voluntad. Los
siguientes suceden por sí mismo, no es necesario hacer nada. Lo siguiente es un suceso, la primera cosa es
una acción. Debes viajar lo suficientemente
lejos como para llegar a la montaña, y para estar allí por encima de todas las
oscuridades del valle, por encima de todos los senderos, de todas las atalayas,
religiones y filosofías; debes mantenerte por encima de todas ellas. Se trata de una tarea dura y ardua. Una vez se llega allí y estás simplemente
allí, Dios sucede. En el momento
adecuado, cuanto tu estar allí se torna absolutamente inmóvil, entonces, de
repente, eres penetrado por Dios.
Desapareces, Dios desaparece, y existe unicidad.
Esa unicidad es samadhi, y esa es
la diferencia entre satori y samadhi.
Satori es armonizarse interiormente, es el primer paso; samadhi es
armonizarse con el todo, el último paso.
En satori, desaparece tu conflicto; en samadhi, tú también desapareces. Alcanza esa alegría que proviene
de una carencia de conflicto interior, y alcanza esa beatitud que proviene de
sintonizarse con el pálpito universal.
Cuando danzas con las estrellas, creces con los árboles, floreces con
las plantas, cantas con los pájaros y ruges con el mar… y estás en la arena, y
en todas partes, esparcido por todos los sitios. Estás en todas partes y aquí, ahora… es el
único objetivo. Y ese objetivo tiene una
belleza. Y su belleza es que se trata de una alegría generosa.
Si quieres tener más dinero, has
de explotar a los demás. No puedes tener
más dinero sin hacer que alguien sea más pobre en algún sitio. Si quieres tener más poder, se lo tendrás que
arrancar a alguien. Todas las alegrías,
excepto la meditación, son explotadoras.
Estar enamorado de una mujer hermosa es explotador porque esa mujer
hermosa no está al alcance de nadie más. La habrás poseído y habrás trazado una
línea de demarcación, y ahora te pertenecerá a ti. Y si alguien empieza a enamorarse de ella,
también empezará a sufrir porque la mujer ya está comprometida.
Todos los gozos y alegrías son
explotadores, excepto la meditación.
Sólo la meditación es una alegría no explotadora, no competitiva. No le quitas nada a nadie, sólo creces en ti
mismo. La iluminación no es algo que
suceda desde fuera, sino algo que brota de ti, que florece en ti. Es un crecimiento, no un logro. Por eso la iluminación no puede
ser una egolatría. La meditación no es
una egolatría. ¿Qué es la
meditación? La meditación es estar en armonía
interna y externa. La meditación es
estar en armonía. La meditación es ser
la armonía.
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