Una puerta a lo desconocido
La suspensión de La causa de todas
las acciones es aawahanam, La invocación.
La religión no es ritual. En realidad, cuando una religión muere, se
convierte en ritual: el cuerpo sin vida de una religión se vuelve ritual. Pero en todo se encuentra lo ritual. Si indagas en la religión, hallarás
rituales. Todos esos nombres hindú,
musulmana, cristiana; todos esos no son nombres de religiones, son nombres de rituales particulares. Mediante la palabra “ritual” me refiero a
algo que se hace exteriormente para crear una revolución interior. Esta creencia, de que algo que se hace exteriormente
puede crear una revolución interior, da origen a los rituales.
¿De dónde procede esta
creencia? Nace de un fenómeno
absolutamente natural. Siempre que se da
una revolución interior, siempre que existe una mutación interior, siempre que
hay una transformación interna, ésta conlleva gran cantidad de características
y signos exteriores. Tiene que ser así,
porque lo interior existe en relación a lo exterior. Nada puede suceder por dentro que no afecte a
lo exterior. Habrá también efectos,
consecuencias, sombras en el comportamiento exterior. Si percibes la ira por dentro, tu cuerpo
adopta ciertas posturas.
Si empiezas a percibir el
silencio por dentro, el cuerpo adoptará ciertas posturas diferentes. Cuando el silencio interior existe, el cuerpo
lo mostrará de varias posturas diferentes. Cuando el silencio interior existe,
el cuerpo lo mostrará de varias formas.
El silencio, la paz interior, la quietud, serán evidenciadas, por el
cuerpo de forma variada. Pero esto es
siempre secundario. Lo interno es lo
básico y lo externo es secundario. Es
una consecuencia, no una causa.
Siempre que sucede esto, por
ejemplo, si un Buda se hace presente aquí, no podremos percibir lo que sucede
en su interior, pero podremos ver, veremos, lo que sucede externamente. Para el Buda mismo, lo interno es la causa y
lo externo es la consecuencia. Para nosotros, lo externo será lo primero en ser
percibido y luego se inferirá lo interno.
Así que para los observadores, lo exterior, lo secundario, se torna lo
fundamental, lo primario.
¿Cómo vamos a poder saber lo que
le ha ocurrido en la consciencia interna del Buda? Pero podemos observar su cuerpo, sus
movimientos, sus gestos. Están
relacionados con lo interior, como consecuencia. No puedes invertirlo. Lo inverso no es cierto. Si lo interno existe, lo exterior se
manifestará. Pero la inversa no es
verdad. Si lo externo existe, no hay
necesidad de que lo interno tenga que darse.
No hay necesidad.
Por ejemplo, si estoy airado, mi
cuerpo evidenciará enojo, pero también puedo demostrar enojo sin estar enojado
en absoluto. Un actor hace esto. Expresa ira a través de su mirada, con sus
manos, expresa amor, sin sentir nada por dentro. Muestra que tiene miedo, con todo su cuerpo
temblando y agitándose, pero por dentro no tiene miedo en absoluto.
Por eso lo exterior puede darse
sin lo interior. Podemos imponerlo. No hay razón, no ha base, no hay necesidad,
no es inevitable, que lo interno siga lo externo. Lo externo siempre sigue lo interno, pero
nunca la inversa. El ritual nace de esta
falacia.
Contemplamos a un Buda sentado en
una postura de silencio, en sidasana, la postura de mayor relajación para el
cuerpo. Esta postura es una consecuencia
de una quietud interior. Se manifiesta
porque en él la consciencia ha alcanzado tal quietud que el cuerpo la sigue y,
espontáneamente, el cuerpo adopta la postura más relajada. Pero para nosotros el cuerpo es lo primero de
lo que nos damos cuenta. Primero vemos
el cuerpo así que decimos que el Buda alcanzó la Liberación en esta
postura. En realidad, la situación
inversa fue la que se dio: debido a que Buda alcanzó la Liberación, la postura
fue adoptada. Esta postura no es una
causa. Así que puedes practicar esta
postura, puedes volverte diestro en esta postura, pero no esperes que la
Liberación se produzca. La postura
estará ahí, pero la Liberación no vendrá.
Alguien está rezando. Sus manos se alzan o su cabeza se postra ante
unos pies desconocidos. Esta es una
postura externa. Cuando la entrega
interior se produce, esta postura la sigue.
Cuando la entrega interior sucede, cuando uno empieza a percibir la
nada, cuando uno empieza a sentir que se disuelve en el Infinito, esta postura
viene. Puedes imitar la postura, pero la
entrega no la seguirá.
Y cuando digo que esta postura
surge, no quiero decir que surja para todo el mundo. Con cada individualidad habrá
diferencias. Dependerá de la cultura, de
la educación, del clima, de muchas cosas.
No hay necesidad intrínseca de que dicha postura se dé. Lo que surja dependerá de muchos, muchos
factores. Por ejemplo, si Buda hubiera
nacido, no en la India, sino en una sociedad, en una cultura en la que nadie se
sienta en el suelo, ¿crees acaso que no le hubiera venido la Iluminación? ¡Hubiera surgido sentado en una silla! Desde luego, cuando estuviera sentado en una
silla, lo estaría de distinta forma a la habitual. Cuando la Iluminación le sobreviniera se hallaría totalmente relajado. Pero esta relajación diferiría exteriormente
de una sidasana.
Mahavira alcanzó la Liberación en
una postura muy extraña. Es conocida
como goduhasan, la postura de un vaquero ordeñando una vaca, la misma postura
de un vaquero que ordeña una vaca. En
esa postura se Iluminó Mahavira. Nunca
antes ni nunca después alguien alcanzó la Liberación en tal postura. ¡Y no estaba ordeñando ninguna vaca! ¿Por qué sucedió? Debe de haber tenido algo que ver con los
hábitos corporales de Mahavira, puede que concierna a sus encarnaciones
pasadas. No se sabe porqué sucedió así.
Pero lo fundamental es que lo
exterior sigue a lo que sucede internamente.
Esta no es tan poco una ley fija.
Difiere según el individuo.
Depende, depende de muchas cosas.
Pero la sociedad empieza a sentir la necesidad de una conexión, una
conexión causa-efecto entre lo externo y lo interno. Y entonces nace el ritual. “Ritual” significa que si hacemos algo
exteriormente, lo interno le seguirá.
Esto es la cosa más falsa que puede enunciarse. Esta falacia destruye a todas las religiones,
y cada religión, finalmente, se transforma en una clase de absurdo ritual.
En este Upanishad, esta
comprensión ritualística es negada absolutamente, pero es negada de una forma
positiva. Por eso debemos entender, de
forma muy clara y puntualizada, algo al respecto.
Los Upanishads vieron la luz en
un período muy revolucionario en lo que a mente hindú se refiere. Había una gran rebelión en contra de los
Vedas. Y cuando digo en contra de los
Vedas, me refiero a la estructura ritual que se construyó en torno a los
Vedas. Era un ritual muerto; todo era
ritual. La religión no era algo
profundo, no era algo que involucrara la consciencia.
Y su transformación. Más bien se preocupaba tan sólo de hacer algo
exteriormente: si haces eso, obtendrás esto; si haces aquello, obtendrás esto
otro. Y todo el ritual estaba prefijado
como una ciencia: reza así y lloverá; ora de este modo y tu enemigo morirá; ora
asá y ganarás; haz esto y esto otro sucederá.
Y se consideraba al ritual como una ciencia.
Esta estructura acabó con el muy
progresivo espíritu de la mente India. A
esto le siguió una revolución, tenía que ser así, y tomó dos apariencias. Una negativa: el jainismo y el budismo. Estos dos modos de pensar adquirieron un
cariz negativo. Afirmaron: Los rituales
carecen de sentido, son absurdos, por tanto todos los rituales han de ser
abolidos. Esta fue una actitud
absolutamente negativa. Los Upanishads
estaban también en contra de los rituales, pero adquirieron un cariz
positivo. Afirmaron: El ritual no es
algo absurdo, pero malinterpretas su sentido.
Este sutra se ocupa de un ritual
yagna la invocación, aawahanam, invocación, significa que antes que empieces
cualquier acto de culto, cualquier yagna, cualquier oración, invoca primero las
deidades, primero llámalas. Aawahanam
significa: invítalas, invócalas. Por lo
que expresa, es correcto. ¿Cómo puedes
rezar a menos que hayas formulado una invitación? ¿Cómo puedes entregarte a menos que hayas
invocado?
Estas son pues las dos
formas. La negativa sostiene que es
inútil porque, en primer lugar, no existen las deidades. En segundo lugar, aunque existan, carecen de
nombres. Tercero: aunque tengan nombres,
no responderán, porque hagas lo que hagas es sólo un soborno, una lisonja. ¿Crees acaso que mediante tus lisonjas,
mediante tus oraciones, con tus sobornos, serás capaz de invocarlas? Y si piensas que puedes invocarlas, que
puedes llamarlas e invitarlas, ni así valen la pena, porque al sobornarlas se
vuelven como tú. El lenguaje y el nivel
son los mismos, así que no merecen la pena.
Buda dijo, “No hay deidades, y si
las hay no son más elevadas que los seres humanos. ¡No son más elevadas! Puedes persuadirlas, puedes sobornarlas con
tus lisonjas, stuti. Puedes forzarlas a
hacer algo o a no hacer algo, así que no son algo más elevado que tú. Simplemente puedes olvidarte de ellas”. Los
Upanishads toman una actitud absolutamente distinta. Dicen que las deidades y
la invocación son posibles, pero confieren un significado mucho más profundo a
la invocación. Dicen:
La suspensión de la causa de todas
las acciones es la invocación
No niegan nada. Aportan un nuevo significado, y el ritual se
vuelve no ritualista. Dicen: desde luego
el invocar es posible, pero la invocación implica el cese de todas las causas
de las acciones. Afirman lo mismo que dice Buda. Buda niega.
Dice: “No hay invocación. El
único camino es carecer de deseos, por eso no pidas la ayuda de nadie. Nadie puede ayudarte. Mantente en un estado de ausencia de deseos y
alcanzarás el Nirvana, la Dicha, la Paz, lo Supremo. No pidas la ayuda de nadie, no invoques a
nadie. Mantente sin deseos.
Y esto se vuelve incluso más
adecuado porque alguien que invoca a alguna deidad la invoca por causa de algún
deseo. Desea algo: dinero, prestigio,
victoria, lo que sea. Invoca a la
deidad, ora, buscando algo. Por eso Buda
dice: “Te precipitas de un deseo a otro y este correr en pos de los deseos es
duka, la desgracia. Y nadie puede
ayudarte a menos que te vuelvas carente de deseos”. La cesación de la causa de
todas las acciones” quiere decir mantenerse en un estado de ausencia de deseos.
¿Cuál es la causa de las
acciones? ¿Por qué te implicas tanto en
el hacer? ¿Por qué este constante
correr? ¿Cuál es su causa? El deseo es la causa. Por eso, de una forma muy poética, los
Upanishads niegan el ritual y no el fondo; niegan el ritual, pero no el
espíritu.
Buda fracasó porque una mente
negativa no puede tener un éxito continuado.
Puede que posea mucho atractivo, porque lo negativo tiene mucha
fuerza. Puede que sea muy lógico, porque
el decir no es el espíritu mismo de la lógica, del ser lógico. En realidad, cuando dices no has de ser
lógico. Si deseas decir sí, no es
necesario que poseas lógica, la razón no es necesaria. Puedes decir sí sin razón alguna, pero no
puedes decir no sin tener alguna razón.
En el instante en que dices no necesitas de alguna lógica porque el no
siempre es lógico.
Un lógico moderno, De Bono, dice
que el propósito de la lógica es decir no de un modo razonable, de un modo
racional. El auténtico propósito de la
lógica es decir no y luego aducir razones, pruebas que apoyen el no. Buda dijo no. Esto atraía. Su enfoque era lógico, racional. Todo era perfecto, pero aún así no pudo
enraizar en suelo hindú. Fue
desenraizado prontamente. Y este es un
hecho muy extraño: pudo arraigar en la China, en Japón, en Birmania, en Ceilán,
en cualquier parte de Asia excepto en la India.
Pero el secreto estriba en que los monjes budistas aprendieron de su
error cuando dejaron la India.
El no era el error, por eso nunca
utilizaron actitudes negativas en ninguna otra parte. Se volvieron positivos. En China empezaron a decir sí, en Ceilán
ellos dijeron sí. Y así se afianzaron en
todas partes porque el sí posee el secreto mágico del éxito. Puede que no
atraiga a la razón; apela al corazón. Y
a la postre es el corazón el que gana, nunca la razón. En realidad, al final nunca triunfa la
razón. Puedes silenciar a alguien
utilizando el razonamiento lógico, pero nunca lo convertirás, nunca lo
cambiarás.
Incluso aunque no pueda decir
nada en tu contra, permanecerá convencido de su punto de vista. A menos que se utilice el sí, no se le puede
convertir. Por eso Buda lo intentó al máximo,
pero con un no, siempre un no. Dijera lo
que dijera era lo mismo que decían los Upanishads. No diferían en nada. Únicamente la metodología que él eligió era
negativa y el motivo pudiera residir en que el era un kshatriya, un guerrero, y
un guerrero vive con el no.
Los Upanishads llegaron a través
de los brahmines. Eran mendigos, y los
mendigos viven con un sí. Incluso aunque
reniegues de él, un mendigo, un auténtico mendigo, te bendecirá. Vive en un sí total, ese es su secreto. No puede emplear el no. Y un guerrero, un kshatriya, puede utilizar
el sí sólo si es derrotado, y aún entonces, desde su corazón, nunca dirá
sí. Continuará diciendo no. Todos los Tirthankaras jainos eran
ksahtriyas. Buda era un kshatriya. Ambos tomaron actitudes negativas.
Los Upanishads se basan en un sí
positivo. Son emisarios del sí. Incluso aunque tengan que decir no, lo dirán
de tal forma que utilizarán el sí. En
realidad, este Upanishad está diciendo que no hay aawahanam ninguno, no hay
invocación posible, pero el no no es utilizado en ningún momento. Lo convierten en un sí. Dicen, “La suspensión de la causa de todas
las acciones es la invocación” Esto no
está en absoluto relacionado con la invocación de los Vedas, con los
sacerdotes. ¡No tiene relación alguna! Se relaciona con la misma enseñanza rebelde
que dice que el carecer de deseos es el supremo estado de pureza. Y a menos que seas puro, ¿cómo puedes invitar
a lo Divino?
En verdad, el permanecer puro es
la invitación. No se necesita de ninguna
otra invitación. En el instante en que
eres puro, en el momento en que el corazón es puro, lo Divino viene. El ser puro es la única invitación. Así que no pidas, no suspires por lo
Divino. Sé puro y El vendrá.
¿Cómo puede alcanzarse esta
pureza y por qué somos impuros? ¿Cuál es
la razón? El genio hindú siempre ha
estado pensando en términos de deseo y de ausencia de deseo. En realidad todo, lo que somos se puede
reducir al deseo; seamos lo que seamos es debido a nuestros deseos. Si somos desgraciados, si somos esclavos, si
somos ignorantes, si estamos a oscuras, si la vida es tan sólo una muerte
lenta, es debido al deseo.
¿Por qué esta desgracia? Porque tu deseo es frustrado. A menos que desees, ¿cómo puede ser
frustrado? Por eso si quieres sentirte
frustrado, desea más. Te frustrarás
más. Si quieres permanecer en la desgracia,
ansia más, desea más, sé más ambicioso, y de este modo obtendrás más
miseria. Si no deseas ser desgraciado,
no desees.
Esta es la matemática del trabajo
interno: el deseo crea desgracia. Si el
deseo es insatisfecho necesariamente crea desgracia. Pero incluso aunque el deseo sea
cumplimentado, de nuevo crea desgracia, porque en el momento en que lo
satisfaces, tu deseo ha avanzado, pide más.
En realidad el deseo siempre va por delante de ti. Llegues a donde llegues, el deseo siempre irá
por delante. Y nunca alcanzarás el punto
donde tú y tu deseo os encontréis, es imposible. El deseo implica siempre algo en el futuro,
nunca en el presente. Tú siempre estás
en el presente y el deseo siempre está en el futuro. Y estés dónde estés, estarás en el presente y
el deseo siempre morará en el futuro.
Es como el horizonte. Ves, a sólo unos kilómetros, el lugar donde
el cielo encuentra a la tierra, y parece tan real. Pero avanza y busca el lugar donde el cielo
toca la tierra, y cuanto más avances, más se alejará el horizonte. La distancia permanece siempre la misma
porque, en realidad, no hay punto de encuentro.
El punto de unión, la línea de contacto es falsa. Por eso cuando vas en busca del horizonte,
nunca lo encuentras. Siempre permanece
allí, pero nunca lo encuentras. Y puedes
seguir con la ilusión de que el horizonte está allí, a un poco distancia. Puedes dar la vuelta a toda la Tierra y
regresar a tu punto de origen sin
encontrar al horizonte por ningún lado, pero el espejismo puede continuar.
El deseo es como el
horizonte. Parece que puede ser
satisfecho pronto. La distancia no es
mucha, sólo un poco más de esfuerzo, ir un poco más rápido y casi lo alcanzas. Pero nunca lo alcanzas. Siempre está muy cerca, pero la distancia
permanece la misma. Por mucho que
corras, la distancia es siempre la misma.
¿Se ha satisfecho un deseo alguna
vez? No se lo pidas a los demás,
pídetelo a ti mismo. ¿Has culminado
algún deseo? Pero no nos paramos a
pensarlo. No tenemos tiempo para
reflexionar sobre el pasado; el futuro nos obsesiona. Tenemos tanta prisa por alcanzar el
horizonte, que ¿quién va a pensar que nos lo hemos pasado de largo tantas
veces? No hay tiempo para pensar. ¡La prisa es tanta y la vida es tan corta, y
uno tiene que correr y correr! ¿Has
alcanzado algo a través de un deseo o es la frustración la que llega
siempre? ¿No son las cenizas lo que te
queda en la mano y nada más? Pero uno
nunca ve las cenizas en la mano, uno nunca ve la frustración. Los ojos están
siempre fijos en el horizonte lejano.
Esta fijación en el horizonte es la
causa de todas las acciones.
Y ninguna acción alcanza su
culminación, ¡porque las acciones son sólo locura! Si el horizonte en sí no existe, tu correr es
locura. Por eso el deseo es la causa de todas
las acciones y de toda la miseria, de toda impureza y de toda ignorancia.
El cese de la causa, el cese del
desear, es la invocación. Si dejas de
desear, no habrá más correr, no habrá correr tras de nada, ningún movimiento
por dentro, no habrá ondas, tan sólo un silencioso remanso de consciencia, un
estanque silencioso, sin olas, sin ondas, sin movimiento. Los Upanishads dicen que este estado de
consciencia es la invocación.
Pero ¿significa esto que todas
las acciones cesan cuando cesan los deseos?
Hemos visto a Krishna moverse, hacer muchas cosas. Hemos visto a Buda hacer muchas cosas después
de su Iluminación. ¿Qué significa pues “La
suspensión de la causa de todas las acciones”?
No implica la suspensión de todas las acciones. Significa la suspensión de la causa. El desear cesa. Y cuando no hay desear, la acción empieza a
adquirir una cualidad distinta. Cuando
no existe el deseo, la acción se vuelve como un juego, sin locura en ella, sin
demencia tras ella, sin obsesión. Se
vuelve sólo un juego. Un jugar.
Realmente, los psiquiatras
modernos dicen que éste es el criterio para distinguir si alguien está cuerdo o
no. Uno que no está cuerdo no puede
jugar. Incluso si juega, se volverá tan
serio en lo referente al juego que éste se convertirá en un trabajo. La auténtica cordura consiste en transformar
incluso el trabajo, en juego. Cuando no
existe el deseo, puedes jugar, y si no
se obtiene nada de ello, no se origina ninguna frustración porque no se
esperaba nada. El juego en sí era
suficiente. Esta es la diferencia entre
trabajo y juego.
El trabajo nunca es suficiente en
sí mismo, siempre necesita de algún resultado.
El resultado tiene un valor real, el fin, y el trabajo es sólo un
medio. Trabajas para conseguir algo,
nadie trabaja por el placer de trabajar.
Por eso el trabajar está en el presente y el resultado se sitúa en el
futuro, y todo depende del resultado. El
trabajo en sí es una carga que debe ser soportada de alguna forma, porque es el
fin mismo el que se ha de conseguir. Si
pudieras obtener el fin sin trabajar, nunca trabajarías.
El juego tiene una dimensión
distinta, enteramente distinta, diametralmente opuesta. No hay un resultado que se pueda
alcanzar. El jugar es por el jugar en
sí. Pero hemos perdido la razón en tal
grado que somos incapaces de jugar por el puro placer de jugar. Por eso, a través del juego intentamos
alcanzar algunos resultados, ganar algo: prestigio, medallas, cualquier cosa,
pero debe haber algo que tenga que ser alcanzado. Por eso, en realidad, los adultos
nunca juegan. Sólo los niños juegan, sin
nada que obtener. Esta es la razón por
la que los juegos de los niños tienen tal inocencia y belleza. ¡El jugar es suficiente en sí mismo!
Cuando un niño está jugando, está
absorbido totalmente en el juego. No
tiene un solo deseo que no sea el de jugar; correr e ir sin rumbo. Ni un asomo de consciencia aparte de eso;
todo él está en lo que hace. El niño se
convierte en el juego, totalmente implicado, entregado en este instante aquí y
ahora. Nada existe más allá. Esto es acción, pero sin la causa, sin el
deseo.
Por eso es por lo que hemos
llamado a este mundo no una creación de lo Divino, sino lila, un juego de lo
Divino, porque “creación” no es una palabra adecuada, es fea. Y es fea porque
creas algo para algo. No, lo Divino está
solo jugando, jugando como un niño sin ningún propósito en la mente. El juego en si es la dicha. Por eso decir: “La suspensión de la causa de
todas las acciones es la invocación”, significa volverse como un niño:
inocente, puro, sin deseos. Entonces has
invocado a lo Divino. Entonces lo has
llamado, lo has invitado.
Ahora tu invocación no puede ser
denegada. ¡Es tan auténtica y
sincera! En realidad, ahora no necesitas
ni invocar y lo Divino vendrá; no necesitas ni llamarlo y lo Divino
vendrá. ¡Porque has creado la
situación! Lo Divino fluirá,
bajará. Has creado la situación: la
pureza de corazón. Esta es la única
invocación. Todo lo demás es, otra vez,
sólo deseo, acción.
Jesús dice que a menos que seas
como un niño, no podrás entrar en el reino de los Cielos. “Como un niño”, ¿qué significa? Significa que seas capaz de jugar, que seas
capaz de actuar sin deseos.
Para nosotros es inconcebible.
¿Cómo podemos actuar sin deseo?
Considera el caso opuesto: ¿puedes desear sin actuar? Puedes desear. Puedes desear sin acción, por lo tanto el
deseo puede existir por sí solo sin acción.
¿Mmm? Todo el mundo desea y hay muchos,
muchos deseos sin acciones. Por lo tanto
el deseo puede darse sin acción: ésta es nuestra experiencia. ¿Por qué no lo opuesto? ¿Por qué las acciones no pueden existir sin
deseo? Si el deseo puede ser separado de
la acción, ¿por qué la acción no puede serlo del deseo? Eso también es posible. Y cuando el deseo no está presente, la acción
no cesa: se vuelve diferente. El aroma
es distinto, la cualidad intrínseca es distinta. La locura no está allí, y en ese mismo
momento, el presente se torna pleno de significado. No el futuro.
Créelo: si el futuro se te
presenta pleno de significado, no puedes invocar. Si el presente es lo único significativo y el
futuro no existe en absoluto, entonces has invocado. El futuro es lo que ata porque sin el futuro
no puedes desear. El deseo necesita
espacio en el que moverse. No puede
desplazarse sólo en el presente; el presente carece de espacio. ¡No puede moverse! ¿Cómo puedes desear para ahora mismo? Puedes desear sólo para el mañana. En realidad el futuro se crea sólo por tu
desear. No hay futuro. El futuro no existe.
Generalmente decimos que el
tiempo posee tres dimensiones: pasado, presente y futuro. En realidad sólo posee una y es la del
presente. El pasado es lo que ya no es;
el futuro es lo que todavía no es. Ambos
no son. El pasado sólo significa deseos
que están muertos, y el futuro significa deseos que aún están vivos, y el
presente está intocado por tu pasado y por tu futuro.
Por eso en realidad, pasado y
futuro no son divisiones temporales, sino partes de la mente. El tiempo es el presente; la mente es el
pasado y el futuro. La mente tiene dos
divisiones: pasado y futuro, y el tiempo sólo una: el presente. Esta es la razón por la que tiempo y mente
nunca se encuentran. No pueden encontrarse
porque la mente no tiene presente, y el tiempo carece de pasado y de
futuro. Si no existiera la mente sobre
la Tierra, ¿existiría algún futuro o algún pasado? Existiría sólo el presente. Las flores, desde luego florecerían, pero en
el presente. Los árboles, desde luego,
crecerían, pero en el presente. No
habría ni pasado ni futuro.
Con los hombres, o mejor, con la
mente, entran el pasado y el futuro.
Verdaderamente, si observas un niño, carece de pasado. ¿Cómo puede tenerlo? Por eso es por lo que nunca se siente
agobiado, porque el pasado se vuelve una carga. Un viejo siempre está
agobiado. Existe un pasado, un largo
pasado, tantos deseos extinguidos, tantas frustraciones, tantos horizontes
nunca explorados, tantos arcos iris rotos.
Tiene un largo pasado y está amargado.
Un viejo siempre piensa en el pasado, recuerda, una y otra vez vuelve a
la memoria.
Un viejo, poco a poco, se olvida
de mirar al futuro, porque ahora el futuro sólo le implica la muerte y nada
más. Así que nunca intenta mirar al
futuro: comienza a mirar atrás. Un chico
siempre mira al futuro, nunca al pasado, porque no hay nada que mirar
atrás. Para un viejo, si mira al futuro
existe la muerte y nada más.
Un joven está en el presente, por
eso un joven no puede entender a los niños ni puede entender a los viejos. Ambos le parecen tontos, ¡ambos! Los niños le parecen tontos porque pierden
innecesariamente el tiempo, juegan innecesariamente con sus juguetes. Un viejo le parece algo muerto, preocupado
sin razón alguna. Un joven no lo puede
entender realmente porque no puede ver lo que le ha sucedido al viejo, ver que
ahora sólo es el pasado. Esto es lo que
sucede.
Pero cada joven se volverá viejo,
cada chico se volverá joven y cada viejo fue una vez un joven y un niño; porque
la mente se mueve, se sigue moviendo. En
los niños tiene un vasto horizonte en el que moverse. Con una mente vieja no tiene espacio para ir
más allá. Pero esto es un moverse de la
mente, no del tiempo.
Realmente creemos que es el
tiempo el que se mueve. ¡No! Somos nosotros los que nos movemos. Nos movemos y nos movemos: el tiempo
permanece inmóvil. El tiempo es el
presente; el tiempo es el “aquí y ahora”.
Siempre ha sido el “aquí y ahora”.
Nosotros continuamos moviéndonos.
Nos vamos desde el pasado hasta el futuro, y para nosotros el tiempo es
tan sólo un puente para ir desde el pasado al futuro, de un deseo a otro. El tiempo es sólo un conducto. Para nosotros, el tiempo es un medio para ir
desde un deseo a otro. Si cesa el deseo,
tu movimiento cesa. Y si tu movimiento
cesa te encontrarás con el tiempo aquí y ahora.
Y este encuentro es la puerta.
Este encuentro es la puerta; este encuentro es la invocación.
Pero cuando el Upanishad dice,
“La suspensión de…” ¿quiere decir en realidad “No desees”? Es muy natural que nuestras mentes traduzcan
las cosas así. Si el Upanishad dice “La suspensión
de la causa de…”, quiere expresar un estado de ausencia de deseos. Recuérdalo: ¡un estado de ausencia de
deseos! Pero nuestras mentes lo traducen
como “¡No desees!” Te equivocas si lo
traduces como “No desees” porque si tú no deseas, desearás. Tú “no desear” implica deseo. Puedes desear invocar a lo Divino, puedes
desear ser purificado, ser puro, ser inocente, como los niños, alcanzar esa
dimensión del juego. Por eso tu mente
puede decirte: “¡Si quieres entrar en el Reino de Dios, no desees!”.
Esto es un deseo. Así es como trabaja el deseo: “Si quieres
alcanzar el Reino de Dios, si quieres la Iluminación, si quieres encontrarte
con lo Divino, ¡no desees!”. Esta es la
lógica del deseo: “No hagas esto si quieres alcanzar eso; haz esto si quieres
alcanzar eso otro”. Por eso cuando digo un estado de ausencia de deseos, no
quiero decir una orden que diga “No desees”.
Y así pues ¿qué quiero
decir? Es difícil, complejo de
entender. ¿Qué quiero decir cuando digo
“un estado de ausencia de deseos”?
Quiero decir: comprende el deseo, comprende lo engañoso del deseo,
comprende lo absurdo del deseo, su futilidad, su absurdo. Comprende tan sólo lo que el deseo ha hecho,
lo que puede hacer, lo que el deseo está haciendo. ¡Compréndelo tan sólo! Y si lo comprendes por completo, te volverás
carente de deseos. Esta ausencia de
deseos surgirá como resultado de tu comprensión. No puede provenir de tus acciones. Ese “no hagas” es de nuevo una acción.
Esta traducción de términos crea
muchos problemas innecesarios. He visto
a gente que dice: “No seas codicioso si deseas alcanzar lo Divino”, pero nunca
perciben que esto es codicia. Y una
mayor. Esta es una clase más poco común,
más infrecuente de codicia. Uno desea
alcanzar lo Divino, por lo tanto uno no debe ser codicioso. ¿Qué quiere decir codicioso? No ser codicioso quiere decir no tener
deseos, no desear. Pero tú estás
deseando lo Divino, el Moksha, por eso dices: “¡No seas codicioso. Si quieres poseer lo Divino, no poseas nada
más. Vuélvete no posesivo. Renuncia si quieres obtener!”. Esta renunciación se vuelve un paso para
poder obtener, o sea una metodología.
Pero tú deseas obtener.
En realidad, a menos que ceses en
tu deseo por obtener, nunca madurarás.
Míralo de esta forma: nace un niño y el primer estado de la mente es el
de obtener. El chico lo obtiene todo: la
leche, la comida, el amor. El no da
nada, sólo obtiene. Este es el estado de
mente más inmaduro: sólo obtener. Y
cuando un viejo trata sólo de obtener, quiere decir que ha permanecido
inmaduro. Para un niño está bien el
estar en un estado de deseo constante de obtener; lo obtiene todo. El niño no puede ni siquiera percibir lo que significa
el dar. Por eso cuando le dices a un
niño, “Dale este juguete a este niño” no puede concebir lo que le quieres
decir. El lenguaje le es desconocido, el
lenguaje de dar le es desconocido. Sólo
sabe del obtener.
Tú tienes que adiestrar al niño de
acuerdo con su lenguaje, por eso dices, “Dale este juguete a este niño y te
daré un beso”. Tienes que convertir todo
el dar en tomar. “Si no das, no te daré
cariño”. Así un niño comienza a saber
que si quieres obtener, has de dar. El
dar se convierte en un escalón para obtener más. Este es el estado de nuestras mentes en todo
momento, y así permanecemos inmaduros.
Estamos en un estado de obtener.
Si a veces hemos de dar, es sólo para obtener más.
La pureza de corazón significa
totalmente lo contrario de obtener: sólo dar.
Esa es la mente más madura. Un
niño, la mente más inmadura, siempre está preocupado con el obtener. Un Buda, un Jesús, está siempre dando. Este es el otro extremo: dar; no para obtener
algo, sino dar porque es un juego, una dicha en sí mismo. Cuando digo que entiendas el deseo, quiero
decir comprende el obtener, comprende el dar.
Entiende que tu estado es sólo el de obtener, obtener y obtener y nunca
te sientes satisfecho, ¿Mmm?, porque no tiene fin.
Entiende esto: ¿Qué es lo que
consigues con este constante, eterno obtener?
¿Qué es lo que obtienes? Eres tan
pobre como siempre, eres un mendigo como siempre, o aún más. Cuanto más tienes, más te vuelves un mayor
mendigo, mayor es el deseo de obtener. A
lo único que llegas con el obtener, es a querer obtener más. ¿Dónde has llegado? ¿Qué has encontrado? ¿Qué es lo que puedes decir que obtienes con
esta locura constante de obtener? ¡Nada!
Si puedes entender esto, el mismo
entender se vuelve una transformación: el obtener desaparece. Y en el instante en que el obtener
desaparece, una dimensión se abre: empiezas a dar. Y esa es la paradoja: no has obtenido nada
mediante el tener, pero cuando das, obtienes.
Pero este “dar” no implica para nada el obtener. Este “dar” es en sí mismo un gran logro, una
profunda satisfacción.
Pero mientras digo esto, temo que
lo traduzcas de nuevo. Puede que digas,
“De acuerdo. Así que para alcanzar esta
satisfacción debemos abandonar este constante querer obtener”. Entiende esto: no lo traduzcas así. Tu mente es capaz de distorsionarlo
todo. Lo ha distorsionado todo. Distorsiona un Buda, distorsiona un Krishna,
distorsiona un Jesús, distorsiona un Zarathustra, y sigue distorsionando. Ellos dicen algo y tú lo traduces y se
transforma en algo completamente distinto, incluso diametralmente opuesto.
La comprensión del deseo se torna
ausencia de deseos. El conocer el deseo
es la suspensión del deseo. Conócelo en
profundidad, compréndelo en profundidad.
No te apresures y descubrirás una pureza que siempre está ahí, que
siempre ha estado ahí. El corazón ya es
puro, sólo está cubierto de deseos, de humo, y así no puede mirar en
profundidad.
Esto es invocación: si tú eres
puro, tú has invocado. Por eso sé puro y
lo Divino será invocado. No se necesita
nada más, ni siquiera se requiere creer en lo Divino. No necesitas creer en que hay una energía
Divina. No necesitas creer que hay algo. No lo necesitas. Tan sólo sé puro y sabrás. Lo Divino no es una creencia, es un saber, un
conocer.
Pero cuando digo “pureza” puede
que me malinterpretes, porque pureza tiene para nosotros unas connotaciones muy
moralistas. Decimos que un hombre es
puro porque es moral, que un hombre es puro porque no es un ladrón, un hombre
es puro porque no es deshonesto, un hombre es puro porque vive bajo las reglas
y las regulaciones de su sociedad. Pero
si la sociedad en sí es impura, por el mero vivir de acuerdo a sus leyes y
reglas ¿cómo puedes volverte puro? Y si
la sociedad en sí es deshonesta, ¿cómo puedes volverte honesto
siguiéndolo? Si toda la base y la
estructura son inmoral, el ajustarse a ella es el acto más inmoral posible.
Por eso, en realidad ocurre que
cuanto más moral es una persona, más en contra va de la sociedad, ¡porque no
puede ajustarse a ella! Un Jesús tiene
que ser crucificado: se vuelve “inmoral”, porque toda la sociedad es
inmoral. Un Sócrates ha de ser
envenenado. ¿Por qué? Porque un hombre verdaderamente moral no
puede existir en una sociedad inmoral.
Y siempre que una sociedad inmoral
rinde respeto a alguien y dice de él que es moral, quiere decir tan sólo que él
se ha amoldado y nada más. Se ha
amoldado a la sociedad. Sea lo que sea
lo que diga la sociedad, él obedece. En
verdad, puede que esté hasta muerto.
Puede que ni tenga consciencia de sí mismo. No puede afirmar nada. No es.
Solamente es un seguidor. Se
vuelve muy moral. Por eso, para “pureza”
tenemos unas connotaciones muy morales.
No. Pureza quiere decir inocencia y todos
aquellos a los que llamamos morales son muy astutos. No son inocentes en absoluto, porque si crees
que ser un ladrón es malo, o que ser un ladrón no es respetable, o que por ser
un ladrón tendrás que sufrir en el infierno, o que por ser un ladrón te vas a
ganar el cielo, entonces es que eres muy astuto y calculador. No eres un ladrón debido a tu astucia y a tus
cálculos. Y puede que la persona que es
un ladrón y sufre condena sea menos astuta y menos calculadora. Por eso es por lo que está sufriendo: porque
se ha vuelto un ladrón. Tú eres más astuto,
más calculador, por eso eres más honesto y moral, pero no más puro.
Pureza significa inocencia,
inocencia significa mente no calculadora.
No quiero decir que él sea un ladrón.
¿Cómo puede una persona inocente ser un ladrón? Si no calcula, ¿cómo puede volverse un
ladrón? ¿Mmm? Para ser un ladrón uno necesita cálculo; para
no ser un ladrón uno también necesita cálculo.
Un inocente ni es moral ni inmoral.
Es tan sólo inocente. Esa
inocencia es pureza.
Jesús fue condenado por muchas
cosas que su sociedad creyó que eran inmorales: porque una prostituta le invita
a su casa y él va. Luego todo el pueblo
se llena de rumores: “¡Jesús ha acudido a la casa de una prostituta! ¿Por qué ha ido? ¡Un hombre moral nunca va a la casa de una
prostituta!”. Y esto es lo que tú
habrías pensado también: ¿Por qué tenía Jesús que ir allí? ¿Qué necesidad había? Y no sólo es que haya ido, ¡ha permanecido
allí toda la noche!”. Ha dormido allí, y
por la mañana, desde luego, todo lo que puede ocurrir en un pueblo “moral”,
sucede. Todo el mundo está en contra de
él. Incluso sus amigos no están con él
ahora; incluso sus seguidores han escapado.
Y el pueblo se le enfrenta y le
pregunta, “¿Por qué has acudido a la casa de una prostituta?”. Y Jesús les dice: “¿Quién no es una
prostituya, decidme? ¿Cómo decidís y
cómo juzgáis? ¿Cuál es vuestro
criterio?”. Esto es una persona no calculadora.
Él dice que no puede juzgar quién es una prostituta y quién no lo
es. ¡El no puede juzgar! ¿Cómo puede juzgar y quién es él para
juzgar? Aquí hay un hombre inocente, un
hombre puro. Pero tiene que ser
crucificado porque no puedes pensar que sea inocente, no puedes pensar que es
puro. ¿Cómo puede ser puro cuando ha
pernoctado en casa de una prostituta?
Nuestras mentes son en realidad tan inmorales y tan impuras que no
podemos concebir una dimensión de pureza distinta.
Y es esa misma prostituta la
única que permanece con Jesús cuando es crucificado. Todos escapan, nadie está ahí Sólo esta prostituta, María Magdalena,
permanece allí. ¡La única! Ningún apóstol está allí, ningún seguidor
está allí. Todos han escapado porque es peligroso estar allí. Incluso ellos pueden ser crucificados. Sólo esta prostituta permanece allí y esa
prostituta ayuda a bajar de la cruz el cuerpo de Jesús. Por eso parece pertinente el preguntar,
¿quién no es una prostituta? y ¿fue bueno para Jesús el estar con esta
prostituta o no? Porque sólo esta pobre
mujer permaneció con él hasta el final.
¿Qué es lo moral y qué es lo
inmoral? Por cuanto a la religión
implica, la inocencia es moral y la astucia es inmoral. Ser inocente es suficiente. Esa inocencia infantil es la pureza. Esa pureza se convierte en aawahanam, la
invocación.
Lo hemos distorsionado, todo cada
palabra. Cada palabra se ha vuelto
fea. Cuando dices que alguien es puro,
¿qué quieres decir? Descubre el
significado y hallarás muchas cosas desagradables. Al decir que “alguien es puro”, ¿qué quieres
decir? ¿Inocencia? ¡Nunca, porque la inocencia puede ser
peligrosa! ¡La inocencia puede que no
encaje en tu visión! Realmente, no
encaja. ¿Cómo puede encajar? No puedes persuadirla, no puedes forzarla, no
puedes sobornarla. Y la sociedad depende de la fuerza, del soborno, de la
persuasión, del castigo, de la estimación, del miedo, de la codicia. Por eso decimos que si haces esto, tendrás
esto otro.
Muchos, muchos preguntaron a
Buda, “Si te seguimos, ¿qué obtendremos?”.
Y Buda contestó, “Nada”. Siempre
queremos obtener algo. Incluso de un
Buda queremos obtener algo, promesas: “Si nos prometes esto, haremos esto
otro”. Todo se vuelve así lógico, relevante,
Buda dice, “Sé puro y no obtendrás nada”.
¿Por qué ser puro entonces? Es
mejor ser impuro. Al menos así obtenemos
algo. Buda dice que no vas a obtener
nada. Tienes la ilusión de que obtendrás
y nunca lo obtendrás.
Por eso yo digo, sé puro y olvida
el obtener, porque a menos que olvides el obtener, no puedes ser puro Si quieres obtener algo has de ser astuto y
calculador. Tienes que ser violento,
tienes que ser codicioso, tienes que permanecer siempre en el futuro, nunca en
el aquí. Nunca puedes permanecer en
casa. Estás siempre afuera, en algún
lugar, siempre de viaje.
Permanecer sin deseos, puro, es
tener una profunda comprensión de lo que estamos haciendo, de lo que
somos. El momento en que esta pureza
está ahí, la invocación sucede. Entonces
has llamado, has pedido y has invitado.
Y en el más profundo centro de la Existencia, tu invitación ha
penetrado. Ahora, de repente, sientes
que algo te ha embargado: alguien ha entrado en ti. Ahora estás poseído por algo más grande que
tú. Algo infinito, algo más vital ha
llegado. Has sido ocupado, has sido
inundado. Para esta inundación es la
invocación.
Desde luego, has de estar
abierto; en caso contrario esta inundación no se dará. Y una mente inocente siempre está abierta;
una mente astuta siempre está cerrada.
Una mente astuta siempre está a la defensiva. Una mente astuta siempre piensa en términos
de enemistad, de competición, porque si quieres obtener algo, te has de volver
un competidor. Todo el mundo lo es. Todo el mundo sale para obtener algo y tú
también. Entonces te has de volver un competidor y ésta es una competición muy
dura. Por eso te has de volver violento,
astuto, cerrado, defensivo. Entonces no
puedes ser inundado por lo Divino. Eres
tan estrecho, tan cerrado, que el desbordamiento no puede alcanzarte.
Un corazón puro, un corazón sin
deseos, no es competitivo, no está preocupado por el futuro, no está en contra
de nadie ni a favor de nadie, sin cálculos, sin deseos que realizar, sin una
mente trepadora. Un corazón puro
permanece aquí y ahora, abierto, sin defensas.
Cuando digo sin defensas, quiero decir que aunque venga la muerte, está
abierto. Si no estás abierto a la
muerte, nunca estarás abierto para lo Divino.
Si estás asustado de la muerte, estarás asustado de lo Divino.
Pero esto es algo extraño porque
siempre que nos asustamos de la muerte, acudimos a rezar a lo Divino. O sea, que todos los que están rezando en
mezquitas, en iglesias, en templos, no están realmente orando: están tan sólo
asustados ante la muerte. Están haciendo
arreglos con lo Divino para no estar asustados.
Su oración se basa en el miedo y sus deseos provienen del miedo.
Si la mente es inocente, puedes
ser como un niño jugando con una serpiente.
El está abierto para ambas cosas: la muerte puede venir y él está
abierto, el puede jugar con la muerte.
Lo Divino puede venir y él está abierto; él puede jugar con lo
Divino. La muerte y lo Divino son, de
alguna forma sutil, uno. Si no estás
abierto a la muerte nunca estarás abierto a lo Divino, y una persona que está
preocupada con deseos está siempre asustada de la muerte.
Debes ver la relación: una
persona que está preocupada por los deseos, que es deseosa, que hace algo por
algo, está siempre asustada de la muerte.
¿Por qué? Porque el deseo reside
en el futuro y la muerte también se halla en el futuro, y puede que la muerte
llegue primero y el deseo no sea culminado.
Recuerda esto: el deseo nunca está en el presente; la muerte tampoco
nunca está en el presente. Nadie ha
muerto en el presente. ¿Puedes sentirte
temeroso de la muerte aquí y ahora? No,
porque o bien estás vivo o estás muerto.
Si estás vivo aquí y ahora, no hay muerte; y si estás ya muerto, no hay
miedo. Así que sólo puedes temer la
muerte en el futuro. Los deseos trazan
un plan para el futuro y la muerte puede que venga a estropearlos, por eso
estamos temerosos de la muerte.
Ningún animal está asustado de la
muerte porque ningún animal tiene planes para el futuro. No hay otra razón más que esta: no tener
planes para el futuro. El futuro no
existe, ¡por eso la muerte no existe!
¿Por qué asustarse de la muerte si no hay planes de futuro? Nada será alterado con la muerte. Cuanto más hayas planeado, cuanto más grandes
sean los planes, mayor es el miedo. La
muerte no es realmente miedo de que mueras, sino de que mueras
insatisfecho. Puede que no logres
satisfacer tus deseos y que la muerte llegue en cualquier momento.
Si voy a morir insatisfecho,
desde luego que surge el miedo: “Todavía estoy insatisfecho. No he conocido un instante de satisfacción y
la muerte puede que llegue, así que habré vivido en vano. Habrá sido un desperdicio, una
inutilidad. He vivido sin ninguna
satisfacción, sin alcanzar ninguna culminación, sin un instante de verdad, de
belleza, de paz, de silencio. He vivido
tan sólo sin ningún sentido, sutilmente, y la muerte puede presentarse en
cualquier instante”. La muerte se vuelve
un temor.
Si estoy satisfecho, si he
conocido lo que la vida le permite a uno conocer, si he sentido lo que es realmente
el vivir, si he conocido un instante de belleza y de amor y de satisfacción
¿dónde está el miedo a la muerte? ¿Dónde
está el miedo? Que venga la muerte. No alterará nada, no destruirá nada. La muerte sólo puede destruir el futuro. Para mi el futuro no es ahora nada. Estoy contento en este mismo instante. Así la muerte no puede hacerme nada. Puedo aceptarla y puede que incluso se
convierta en una bendición. Porque uno
que está abierto a la muerte está abierto a lo Divino. La apertura significa ausencia de miedo. La inocencia te da apertura, te hace carecer
de miedo, te da una vulnerabilidad sin connotaciones defensivas. Eso es invocación.
Y si permaneces presente en este
instante, incluso cuando la muerte llega a ti, y tú la recibas, la abraces, le
des la bienvenida, entonces habrás invocado lo Divino. Ahora la muerte nunca vendrá: sólo lo Divino
acudirá. Incluso en la muerte, la muerte
no estará presente, sólo lo Divino.
Marpa, un místico tibetano, se
está muriendo. Todo el mundo llora y
Marpa grita, “¡Basta! En un momento así
de celebración, ¿por qué lloráis? Voy a
encontrarme con el Divino. Está aquí y
ahora”. Y ríe y se sonríe y canta la
última canción y todos siguen llorando porque no alcanzan a ver al Divino allí,
todos ven la muerte.
Marpa dice, “El Divino está aquí
y ahora. ¿Por qué lloráis? ¡En un momento de tanta alegría! ¡En un momento de tanta festividad! Cantad y bailad y disfrutad porque Marpa se
va a encontrar con el Amigo. El Divino
está aquí y ahora. He esperado durante
tanto tiempo y ahora el momento ha llegado.
¿Por qué lloráis?”. Marpa no
puede entender porque lloran; ellos no pueden entender porque Marpa está
cantando. ¿Se ha vuelto loco? Desde luego, para nosotros sí que se ha
vuelto loco. La muerte está ahí y él
parece que se ha vuelto loco. Marpa ve a
alguien más. Marpa fue en verdad una de
las más bellas flores de la Humanidad.
Cuando Marpa acude a su Maestro,
el Maestro le dice, “La fe es la llave”. Por eso Marpa le dice, “Dame pues algo
para probar mi fe. Si la fe es la llave,
dame algo para probar mi fe”.
Están sentados en una colina y el
Maestro le dice, “¡Salta!” y Marpa salta.
Hasta el mismo Maestro cree que habrá muerto. Hay muchos, muchos seguidores por allí, y
todos creen que se ha vuelto loco, que no van a encontrar ni una sola pieza de
sus huesos.
Bajan corriendo y Marpa aparece
sentado cantando y bailando. El Maestro
le pregunta, “¿Qué ha ocurrido?”. Parece
una coincidencia. El Maestro piensa en
silencio mentalmente que ha sido tan sólo una coincidencia. “¿Por qué?
¡Es imposible! ¿Cómo ha podido
ocurrir? Es una coincidencia, por eso
debemos probar otros sistemas”. Y
entonces prueban muchos otros sistemas.
El Maestro le dice a Marpa que
entre en una casa ardiendo. El entra y
sale sin ser ni siquiera chamuscado por las llamas. Se la manda saltar al océano, y el
salta. Se suceden muchas, muchas pruebas
y el Maestro no puede decir ahora que es sólo una coincidencia, por eso le
pregunta a Marpa, “¿Cuál es tu secreto?”.
“¿Mi secreto?”, dice Marpa, “Me
dijiste que la fe es la llave, así que te tomé la palabra”. El Maestro le dice,
“Déjalo porque estoy asustado. Puede
pasar cualquier cosa”.
Marpa le dice, “Cualquier cosa
puede suceder porque creí en tu palabra.
Si ahora dudas, no puedo creer en ella.
Pensé que la fe era la llave, pero ahora no funcionará. No me mandes nada más. La próxima vez moriré, así que, no me mandes
nada más”. Esto es pureza, pureza infantil.
En el Tíbet, a Marpa se le conoce como Marpa el Fiel. Como la fe del niño.
Por eso la historia dice que
Marpa se convirtió en Maestro de su propio Maestro, y su Maestro se postró ante
él y le dijo, “Dame ahora la llave de la fe porque no tengo ninguna. ¡Sólo era palabrería! Había oído que la fe es la llave, por eso lo
dije. Dámela ahora tú a mí”. De este modo Marpa se convirtió en Maestro de
su propio Maestro.
La mente de Marpa es pura,
inocente, no calculadora. No hay un solo
instante de premeditación ni de astucia.
No mira ni tan siquiera lo profundo que es el abismo. No le pregunta al Maestro, “¿Tengo que tomar
lo que dices literalmente, palabra por palabra, o es tan sólo una metáfora, o
estás diciendo algo en lenguaje místico?
¿Tengo que saltar realmente o te refieres a algún salto interior?”. Sin cálculos, sin astucia, él salta. El Maestro le dice, “¡Salta!” y él salta; no
hay ni un instante de vacilación. Un
solo instante de duda, y entra el calcular.
Un solo instante de vacilación, y ya has calculado.
Esta pureza te abre; te vuelves
una abertura. Esa es la invocación.
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